sábado, agosto 19, 2017

Puñaladas de muerte














La pregunta no era infrecuente: ¿cuál es el mejor diccionario, profe? Dije “era” porque en estos días ya no lo es, a casi nadie le preocupan en serio los diccionarios. Mi respuesta era la misma y la sostengo hasta la fecha: el mejor diccionario es muchos diccionarios. En efecto, desde muy joven noté que un diccionario era insuficiente para atrapar, como en una sola redada (esta palabra significa lanzar la red), todos los peces verbales, de suerte que al Diccionario Usual de Larousse de la carrera añadí el Pequeño…, el Porrúa en el que hallé muchos mexicanismos bien definidos, el de la RAE en seis tomos y varios más especializados (en sociología, política, filosofía…) del FCE y otros como el de español-latín, español-náhuatl, modismos, lunfardo y demás curiosidades. Mis dos joyas en esta materia son el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, y el de la Academia Española en su tercera edición, el libro más viejo que tengo (1791).
Esta breve enumeración puede dar una idea aproximada de todo el papel que puede convocar una cierta obsesión por los diccionarios. Todos, a su modo, sirven para el propósito de aproximarnos a un significado general o preciso, antiguo o actual. Pues bien, las enciclopedias, muchos manuales y otros libros llamados “de referencia”, como los diccionarios, han pasado, o están pasando, a mejor vida. Internet, dada su capacidad para actualizar de inmediato cualquier información, ha fulminado al papel, lo ha convertido en una cháchara de la cual se puede prescindir con cierta facilidad si uno tiene, digamos, un teléfono celular.
Por ello Ignacio Bosque, lingüista y académico de la RAE, ha señalado que  “se han conseguido muchos logros en los diccionarios digitales: contamos hoy con un gran número de recursos en línea, entre ellos diccionarios multilingües (…) de ayuda a la traducción y la redacción. Se construyen nuevos multidiccionarios que añaden otras muchas posibilidades, como conjugaciones, citas, refranes, ideas afines…”, e incluso habla del orden alfabético —tal vez el recurso más caro en el diccionario impreso— como “una servidumbre del papel”, dado que ahora las búsquedas se pueden hacer como sabemos: escribiendo lo que necesitamos precisamente en un “buscador”.
No echaré mis diccionarios al tambo. Me gustan y los aprecio, pero es un hecho que cada vez que los miro percibo en sus espaldas muchas tristes puñaladas de muerte.