sábado, julio 01, 2017

Motivo aparente












Hace algunos días fui a las diez de la noche a los Funerales Serna de la avenida Juárez, en Torreón, para asistir a un velorio. Al llegar me sumé al duelo y luego salí a charlar con dos amigos que coincidieron conmigo en el trance de mostrar su solidaridad a los dolientes. La conversación con ellos fue larga, tanto que se prolongó hasta la una de la madrugada. Al fin nos despedimos y tomé mi coche para regresar a casa.
En el camino, casi frente al Museo Regional, iba en dirección oriente-poniente y vi que las torretas de una patrulla relumbraron en sentido opuesto. Suelo conducir despacio por varias razones: porque mi coche ya no da para andar mamoneando con altas velocidades, porque temo a los accidentes provocados no tanto por mí sino por otros y porque en la noche hay que manejar a ritmo de 1920 si no queremos exponernos al tormento de las infracciones. Así lo hice. Imprimí una velocidad exageradamente moderada y doblé por la Cuauhtémoc. A la altura de la Allende, el rojo del semáforo me frenó. Esperé el verde y seguí hasta torcer en la Escobedo. Fue allí cuando a lo lejos divisé, vía retrovisor, la misma torreta rojiazul o tal vez otra. Seguí mi ruta y en la Comonfort, poco antes de mi último viraje a la izquierda, la patrulla se colocó detrás y accionó su claxon. En vez de detenerme, seguí a la misma tranquila velocidad y la patrulla me siguió hasta que llegué a casa, bajé del coche y me apronté a entrar.
El agente me alcanzó. “Por qué no se detuvo, le hicimos la seña”, dijo. Fingí desconcierto: “¿A mí, y por qué razón?”, respondí. “¿Por qué venía usando el celular?”, añadió. Le expliqué varias cosas: que venía a velocidad muy moderada, que no me volé ningún rojo, que no atropellé a nadie, que no bebí alcohol, que traía placas, que traía licencia, que traía todos mis faros encendidos y que esa noche (podían comprobarlo si me esculcaban y hurgaban en mi coche) había olvidado el celular en casa, lo que era cierto. Así pues, no me detuve porque no me sentí culpable de nada. “De todos modos debió detenerse”, replicó. Al final el agente, o los agentes, pues eran dos, se fueron cuando los invité a que junto conmigo detuviéramos en la esquina todos los coches que, pese a las evidencias de orden, fueran sospechosos de alguna falta. No quisieron hacerlo, claro, pues proceder así los obligaba a detener a medio Torreón.