sábado, septiembre 04, 2010

La fracesita de siempre



Tengo 46 y desde 1975 leo periódicos. O sea, llevo 35 años leyendo la frase “falta mucho por hacer”. ¿Por qué nunca nos ha faltado poco por hacer? ¿Por qué siempre falta tanto, tantísimo por hacer? ¿Así es esto o somos un país que ya admitió como frase de su canasta básica esa de “falta mucho por hacer”? Es como si fuéramos niños en un viaje muy largo por carretera: antes de que comiencen a fastidiar, les decimos que falta muchísimo para llegar, que no pregunten. Con una diferencia, claro: el viaje de los niños algún día termina, pero nosotros, como país, llevamos décadas y décadas con la misma letanía que esta semana, para no quedarnos mal, recicló Felipe Calderón.
Primero las cifras, los logros, los avances y las promesas cumplidas. Luego, el más famoso “pero” de nuestra historia discursiva: “Pero falta mucho por hacer”. Caray, qué poca cosa somos, como dicen Los Ángeles Negros, sin ternura. Porque es poco tierno eso de postergar al infinito y más allá la conquista del bienestar social y no decir, de una vez por todas, que lo hecho es apenas un paliativo, un sedante para que, mientras, unos cuantos se ceben con las grandes rebanadas.
En nota de este periódico se explica que “Casi frente a Carlos Slim, que ocupó un lugar en la primera fila del Palacio Nacional, Calderón habló de México como una nación que cuenta con hombres y mujeres de negocios que están entre los más prósperos del mundo, y a la vez millones de mexicanos no han podido superar su condición de miseria, desigualdad y marginación”. ¿Slim hará algo al respecto? ¿Te digo Juan para que entiendas Pedro? ¿Qué significa elogiar a los hombres más prósperos del mundo y al mismo tiempo mencionar que los rezagos atávicos no sólo siguen intocados, sino agravándose? ¿Es una petición de auxilio? No entiendo.
Más delante señaló que por “falta de oportunidades y de valores, miles de jóvenes se pierden en las garras de la delincuencia”. Pues sí, eso ya se sabe, y por qué no diseñar, por ello, una guerra contra la falta de oportunidades, una guerra contra los bajos salarios, una guerra contra la deficiente educación, una guerra contra los monopolios mediáticos, una guerra contra las guerras decididas unilateralmente y manejadas con peligrosa y opaca discrecionalidad. Hay guerras prioritarias que no se están dando y al parecer no suena lógico al poder que las guerras en funcionamiento jamás tendrán fin mientras no sea atacada la falta de oportunidades. No entiendo.
Sobre el mismo asunto, una perla: dijo que se ha logrado “reducir nuevamente la pobreza en el país, pero aún no alcanzamos los niveles previos a la recesión económica”. O sea, caminamos tanto para atrás durante la recesión que no hemos vuelto a pasar por donde ya habíamos estado. El país, por tanto, está arrodillado ante la pobreza, pues si ya estábamos mal cuando presuntamente estábamos bien, ahora ni siquiera eso.
Antes, digamos que hace dos décadas, la economía era un batido de errores y malas noticias casi diarias. Jamás olvidaré que durante mi vida universitaria (llamémosle así aunque no haya transcurrido en Harvard) todos los días aumentaba el precio de mi pasaje y mi desayuno. Se veía entonces que la situación era deplorable y amenazaba, con apego brutal a la brutal ley de Murphy (“Si algo puede salir mal, saldrá mal”), que el país caminaba derecho hacia algo peor. Veinte años después, el discurso no cambia aunque la realidad ya sea muy otra: ahora no sólo la economía cascabelea, sino todo lo que de ella depende. Salud, infraestructura, educación, cultura, comunicación, alimento, vivienda, seguridad, democracia, todo ha sido asquerosamente contaminado por la maldición del retroceso.
Cada vez estamos más lejos de bienestar, pero de cualquier manera, haiga sido informado como haiga sido informado, nunca es malo recordar que “falta mucho por hacer”. Pues sí, pues sí, y qué más, cómo sigue el cuento.