miércoles, junio 04, 2008

El Gómez que yo leí



“No hago alusión a más detalles de su expediente porque es tan abultado como lo es el de los hombres inquietos y productivos”, dice Saúl Rosales Carrillo en su presentación al libro El Gómez que yo viví. Se refiere el escritor torreonense al currículum del doctor Héctor Chapa Saldaña, un currículum “tan abultado como lo es el de los hombres inquietos y productivos”. Con dos adjetivos el máximo maestro de la literatura lagunera se ha encargado de definir al autor del libro que hoy nos ocupa; los acomoda en orden lógico: el doctor Chapa ha sido, es y será un hombre inquieto, y esa tendencia a no ceder ante la tentación de la pasividad lo ha llevado a ser un hombre profundamente fructífero, con tantos logros científicos que es, sin duda, un ejemplo para muchos que hoy quieran abrazar en La Laguna las disciplinas del conocimiento riguroso.
El 30 de mayo de 2007, hace exactamente un año, dije en esta columna que el doctor Chapa merecía un reconocimiento. Hoy veo con gusto que, sea cual sea la institución que lo auspicia, un ensayo de su autoría ha sido publicado para ofrecer un homenaje por partida doble: a Gómez como tema y al doctor Chapa como autor. Por fin, pues, tenemos a la mano esta grata memoria sobre Gómez Palacio. Tuve la suerte de leerla por primera vez, en una versión digital que todavía conservo, hace como cinco o seis años. De inmediato creí que debía ser publicada, y hasta donde pude orienté al doctor para que buscara a las autoridades culturales del ayuntamiento con el fin de intentar la puesta en circulación de ese trabajo.
No abundan, lamentablemente, los textos de esta índole escritos por gomezpalatinos de nacimiento o adopción. Por eso deploré que el doctor Chapa tuviera que esperar tanto, más de un lustro, para ver listo, en libro, El Gómez que yo viví. Pero ya, por fin, aquí está, y quienes lo lean comprenderán mejor mi sincera preocupación al ver que pasaba y pasaba el tiempo sin que uno de nuestros mejores ciudadanos recibiera al menos una pizca de la mucha admiración que merece.
En El Gómez que yo viví encontramos pintado con sencillez y amenidad el fresco de la ciudad que ya se fue, pero que sentó los cimientos de lo que es actualmente. En el umbral del libro el autor traza las coordenadas geográficas y los rasgos climáticos de Gómez Palacio en el contexto nacional; esta introducción es sobre todo importante para quienes lo lean de lejos, para aquellos que no hayan tenido contacto con las ciudades del Nazas y el Aguanaval. Luego de eso entramos al tema específico del libro: el autor camina en su memoria por la ciudad, recorre con pasos tranquilos cada punto de la realidad que le cupo en suerte y nos describe lo que vieron sus ojos, que es lo que ve aun su sosegada remembranza: las cantinas, el tranvía, la estación del ferrocarril, los mercados, La Jabonera, la entrañable 18 de Marzo, los teatros y los cines. Recuerda también el trato que los gomezpalatinos de aquellos entonces le daban a ciertas actividades sociales, como ocurre en el caso del gusto deportivo. Asombra, por ejemplo, que en pocas décadas haya cambiado radicalmente la afición del beisbol, que muy pronto dio paso a la del soccer: “El futbol era practicado por unos cuantos y como novedad”, dice el doctor Chapa.
Un no muy amplio pero necesario apartado iconográfico sirve para complementar lo enunciado con palabras. El caso es que, gracias a este valioso documento bibliográfico, los gomezpalatinos de hoy tenemos acceso al pasado vivo de la ciudad y nos hacemos una idea de lo que era el Gómez Palacio que junto a Torreón y Lerdo constituye la zona que le da vigor a la noción que hoy tenemos de La Laguna metropolitana.
Felicito a quienes por fin decidieron publicar El Gómez que yo viví, y felicito de corazón a mi querido amigo Héctor Chapa Saldaña. No vacilo al remarcar lo que ya publiqué hace un año: él es un gomezpalatino de excepción, un ciudadano que, como hace algunos renglones dije que dijo Saúl Rosales, es por su inquietud un hombre de numerosa producción intelectual. Bienvenida sea entre nosotros su memoria, este fragmento del Gómez Palacio que ahora todos podemos compartir.
Nota: Algo resumido en este espacio, leí el comentario anterior en la presentación de El Gómez que yo viví (ICED, Durango, 2008), acto celebrado ayer sábado en las instalaciones de la Casa de la Cultura de Gómez Palacio. No puedo dejar de agradecer la cortesía de Manuel Ramírez, de Jorge Torres Castillo y de otros estimables gomezpalatinos que con visible entusiasmo le dieron vida a la presentación. Al final, varios coincidimos en solicitar que el actual ayuntamiento de Gómez Palacio, a nombre de la ciudadanía, otorgue una presea al doctor Chapa. Llegué incluso a pedir la palabra por segunda vez para dejar bien enfatizado que hombres como Héctor Chapa Saldaña son los que honran a la comunidad, pues de manera silenciosa han armado un currículum que línea por línea testimonia la valía de su quehacer. No faltó, por supuesto, el aguafiestas de siempre: un sujeto de apellido Burciaga se me acercó al final para cuchichearme que el doctor Chapa no era el único ni el más destacado gomezpalatino en su rama. Con estilacho secretero de mafiosillo provinciano me comentó que “insulté” (¡!) a no sé quién, y con más susurros quiso advertirme que en algún pasquín local iba a encontrar réplicas (o algo así) a mis palabras. Les pregunté a Jesús Jáuregui y Monsi que quién era ese tipo cuya capacidad para irritar bate marcas olímpicas. Entre risas me comentaron que no le hiciera caso, que así era él. Pues bien, no le hago, entonces, caso; así es él: un correveidile que de todos modos no deja de irritar.