domingo, octubre 01, 2006

Fulgores del asombro*




















Manadero irrefrenable de ideas que casi inmediatamente después de nacidas buscan hospedaje en libros, Gilberto Prado Galán (Torreón, 1960) no ha parado de publicar desde que en 1987 dio a la prensa aquella Exhumación de la imagen que, pese a su modestia artesanal, ya recalcaba las numerosas destrezas del autor que lo mandó maquilar en una imprenta de la avenida Hidalgo de Torreón. Hace años me propuse reseñar toda esa obra, pero fue tan acelerado el pratense ritmo de trabajo y tan repentina la superabundancia de mis ocupaciones que en pocos años quedó rebasado aquel deseo. Hace un par de meses hablamos precisamente sobre eso, sobre su friolera bibliográfica: en poco más de veinte años dedicado a la escritura que aspira a ser vista públicamente, Prado Galán a tramado más de quince libros individuales y no sé cuántos otros como coautor en colectivos.
Ahora, mediado el 2006 y un poco después de habernos dado El canto de la ceniza, El libro de las preguntas y Minas y teodolitos, se nos apersona con Fragmentos del asombro, manojo de ensayos que pese a su brevedad no deja de enseñar el malicioso arte del pensar filoso que asiste a Prado Galán en todos sus afanes literarios.
Debo decir, de entrada, que los marrazos del tiempo y del oficio templan cada vez más, como espadón japonés, la prosa de Prado Galán; no ha perdido su exquisita belleza, su endemoniada acuñación de imágenes deslumbrantes, el colorido de su vocabulario inagotable, pero ha ganado en placidez, en una especie de sabio desenfado, en una desenvoltura de jugador que sabe perfectamente cuál es su tamaño y se permite todas las prerrogativas del estilo.
Al recorrer estas nuevas páginas uno siente la impresión de estar leyendo por primera vez, como si el texto hubiese sido escrito en un código recién inventado y recién aprendido. Gilberto Prado encuentra caminos nuevos para la expresión; como Lezama, ayunta palabras que ni por accidente se han reunido en el español, y con ellas crea tropos que bailan como trompos ante la mirada atónita de quien acaricia estos renglones. Por esta virtud, notoria para todo lector sensible, una mano anónima del periódico ABC de España señaló hace poco tiempo sobre su poesía, que es como decir sobre toda su escritura, que “Prado Galán —tal y como lo demuestra en los numerosos palíndromos aforísticos que viene publicando en ArteletrA— disfruta con los juegos de palabras y la disposición del verso, así como la utilización peculiar de los elementos tipográficos. Metaliterario, confesional, imaginista, funde en sus versos lirismo y pensamiento, reflexión y sugerencia del lenguaje, y pule el verso (utilizando la analogía geológica que tanto le gusta) buscando para extraer la piedra preciosa que duerme en el interior de todas las palabras”.
El genio verbal del torreonense exhibe tanta opulencia que puedo decir esto sin incurrir en hipérbole: lamento que Fragmentos del asombro no contenga índice, pues son tan atinados los títulos que uno hubiera tenido, como bonus track, un poema espeso de fortuna en esa parte de los libros que suele servir nomás de gélida referencia al contenido. Los títulos de cada ensayo son en sí mismos una lección de literatura, y sólo me había ocurrido percibir esto con Breviario de podredumbre, un libro que en estructura interna y hasta en nombre es pariente de Fragmentos… Como Ciorán, lo cual no es flaco elogio, nuestro poeta y ensayista encabeza todas sus piezas con un gancho al hígado de la imaginación: “La ponzoña abstracta”, “El diablo tranquilizado”, “Filosofía y prostitución”, “El arquitecto de las cavernas”, “Fisonomía de un fracaso”…, dice el nihilista rumano. “Los vestidos de la errata”, “El hacedor de silencios”, “Refutación de los pies”, “El escondite de Dios”, “Elogio de la amistad”, “El arte de morir”…, escribe Prado Galán.
En estos Fragmentos…, el autor de El oro amotinado toma como pretexto varios temas para acercarse al eje temático del libro: en todos los casos late el asombro, la sorpresa que asalta al escritor luego de leer una noticia, un libro, luego de columbrar un recuerdo, el pliegue de una determinada realidad social o íntima. En tal sentido, el que nos regala esta noche —dicho esto en los dos sentidos del verbo regalar: como obsequio y como acto que provoca placer— es un libro con parientes ricos: andan en él, por supuesto, todo Baltasar Gracián, El Minutero de López Velarde, la Varia invención de Arreola, muchas páginas de Borges y de Reyes y de Cortázar, un poco los diarios de Ribeyro, las anotaciones al calce de la vida de Azorín, los Enseres para sobrevivir en la ciudad de Quitarte, La batalla perdurable de Castañón y no sé cuántas inteligentes páginas de Zaíd, libros que acaso han sido originalmente apuntes, notas al pie de la gran obra, colaboraciones periodísticas que en las manos de un gran escritor pasan con pasaporte legal al país de la permanencia y, algunas, a la más descarada inmortalidad, como es el caso de los textos breves, fogonzos en prosa, del jerezano ya mencionado.
Aunque a primera vista no lo parezca, Fragmentos… es un libro de linaje erudito. No sé cuántas disciplinas, libros, autores, experiencias, cruces, interrelaciones son convocadas en cada página, como si el mundo conocido, todo lo visible y lo invisible, pudiera aquí encontrar estacionamiento desahogadamente, sin embotellar las copiosas referencias que le sirven al autor para urdir el fino y firme cáñamo de sus reflexiones. Cualquier párrafo puede ser el ejemplo: de una pincelada literaria el autor pasa a la antropología, luego a la fisiología, poco después a la historia, a la matemática, a la política y a la química y en fin, cada pieza de este libro da la impresión de encontrar, como agua que desciende desde la montaña, su cauce más sencillo y más barroco a la vez. Al final, ese torrente de conocimientos se acomoda (forma un lago) en la sensibilidad del lector gracias a que Prado Galán domina sus variados materiales con soltura, sin apretujones innecesarios. Todo cabe en un librito sabiéndolo aquilatar.
Debo decir no tan al margen, como punto último de este veloz escrutinio, que parecía extraño que un hombre con su sentido del humor, con su pasmosa capacidad para caricaturizar voces, con su memoria anecdótica y su pericia nata para amonedar juegos de palabras no tuviera escrito hasta ahora un libro que revelara, al menos en sordina, ese flanco de su personalidad. En Fragmentos del asombro hay humor a kilos, una risilla tenue que se esboza (se emboza) tras los múltiples antifaces del vertiginoso saber. Los ejemplos son muchos, como en los sucintos ensayos-crónica-memoria en los que sonríe de sí mismo, de su lectura virginal de Nervo, de su aprendizaje aeronáutico (como pasajero), de su manía por rayar libros como el que, prestado, palimpsestó de Salamandra para armar allí sus Huellas de ídem. Hay humor del bueno, del inteligente, en todo el libro, y junto con eso lo que ya enuncié y acaso mucho más: un Gilberto Prado que, perdón por la profana metáfora beisbolera, sigue siendo indiscutible cuarto bat en el line up de la liga literaria lagunera y, poco a poco ya, inicialista en ligas infinitamente más difíciles, ésas donde las pichadas llevan lumbre y las barridas siempre se dan con los feroces picos por delante. Allá Prado también sabe desempeñarse y lo respetan. Por eso es un orgullo tenerlo aquí en libro y/o, mejor, en persona.
Comarca Lagunera, 28, septiembre y 2006

Fragmentos del asombro, Gilberto Prado Galán, Conaculta/Ediciones sin nombre, México, 2006, 121 pp.

*Reseña leída en la presentación de este libro celebrada en el Museo Regional de La Laguna el 27 de septiembre de 2006.