miércoles, agosto 16, 2006

Realidad y género policial

Lo barato puede salir bueno. Hace una semana compré en La Prensa, librería de Chihuahua, tres horribles tomitos (en rústica, papel revolución, 10x8 centímetros, portadas chillantes) de una serie titulada Lo mejor de lo mejor de la novela policiaca, coleccioncita amparada por el sello fantasmal de Ediciones Taxco. A primer vistazo, el conjunto es atroz, más feo que la novela policiaca semanal de los estanquillos, razón que haría recular a cualquier bibliófilo más o menos bien nacido. Pero soy, o creo ser, un husmeador tenaz de libros y me atreví a hojearlos con mayor detenimiento dado el ridículo precio que lucía en la etiqueta anaranjada (siete fierros por c/u): la sorpresa fue extraordinaria, pues entre muchos autores totalmente desconocidos (por mí) figuran otros de renombre como el papá del policial Edgar Allan Poe, Maupassant y Conan Doyle.
Obviamente no se trata de novelas, como anuncian las malhechas portadas, sino de cuentos. He tenido, pues, casi sin pretenderlo, la oportunidad de releer algunas historias memorables, como “El doble asesinato de la calle Morgue” o “El jorobado”. En esos y en los otros casos de cuentos para mí desconocidos he reavivado la felicidad que provoca deambular por las ficciones detectivescas. Se ha dicho con verdad que la mayor estratagema del género consiste en que el autor conoce desde el principio los resortes causales que movilizarán toda la trama; lo que en apariencia es casual, accidental, en realidad obedece al gobierno del autor, a su dictatorial acomodo de los detalles. El juego consiste (sea en la historia “de intriga” o en el llamado policial “duro”) en atrapar al lector y, con insinuaciones hábilmente colocadas, con datos que tengan “proyección ulterior”, retarlo a que anticipe el desenlace del asunto contado.
Narro sintéticamente un ejemplo (“La mejor táctica”, de Ferenc Molnar): la policía recibe un anónimo sobre malos manejos de un gerente de banco en provincia; las autoridades investigan y no hallan nada, sólo cuentas excelentes. El anónimo insiste, se investiga, el banco está en orden casi perfecto, no hallan nada. Ante las dos investigaciones, el gerente siente manchada su honorabilidad, y amenaza con renunciar. Como sus resultados desafiaron con éxito dos auditorías seguidas, los dueños del banco lo retienen como empleado y le aumentan jugosamente el sueldo. El desenlace es genial: las cartas anónimas del gerente (la causa) surtieron un espléndido efecto.
He leído estos relatos con la mente colocada todo tiempo en nuestra realidad, una realidad retacada de causalidades. ¿Quiénes mueven los hilos de la trama nacional? Seamos sus lectores.