domingo, agosto 27, 2006

15 años sin Gregorio Selser

Aunque indispensable para entender la relación que históricamente han guardado los EUA con Latinoamérica, el respeto a don Gregorio Selser no ha sido, que yo crea, tan fuerte como para asignarle el lugar que se merece. Yo supe de él, quiero recordar, allá por 1987, cuando leí un artículo de su cuño sobre la dictadura argentina. Supe con vaguedad que vivía su exilio en México, y que era especialista en temas políticos de nuestro continente. Luego el generoso azar me puso en las manos, gracias a una librería de viejo, el único libro que de él tengo: Sandino, general de hombres libres. Aunque su obra comprende más de cincuenta títulos, basta el temple de esa biografía para saber qué pasta de hombre tuvo Selser.
Varios años después, en 1999, la suerte me siguió mimando, pues en las oficinas de la Editorial Planeta-México, Patricia Mazón, en ese entonces editora y hoy agente literaria, me presentó a Irene Selser, periodista que había leído mi primera novela y, asombrosamente, tenía algunas palabras de elogio para mí. En ese momento, por su acento argentino y por su apellido, le pregunté lo obvio: ¿qué era de Gregorio Selser? Su respuesta fue la esperada: hija. Yo ignoraba que el intelectual argentino se había suicidado, así que sólo pude articular dos tímidas y por lo tanto titubeantes opiniones sobre Sandino, general de hombres libres.
Irene, un dechado de amabilidad e inteligencia (cómo no serlo si lo llevaba, lo lleva, en la sangre), me dijo que iba a escribir una reseña sobre mi novela; semanas después, con renovado asombro, vi su comentario en La Jornada Semanal, suplemento cultural de La Jornada. Salvo el encuentro que mencioné, nunca más he vuelto a ver a Irene, pero un puñado de años después “la reencontré” como editora en Milenio Diario y como compañera de páginas en La Opinión. Soy desde hace meses, por tanto, su adicto lector, pues pocos/pocas como ella para dialogar con los temas de política internacional.
Así, gracias a sus acostumbradas entregas para Milenio encontré hace poco un comentario donde me alertó sobre mi columna de hoy: un 27 de agosto de 1991 murió su padre y ella lo recordó a propósito de la terrible matanza en Líbano. Escribió Irene:
“El 27 de agosto se cumplirán quince años de la muerte de mi padre, el maestro, historiador, periodista y catedrático Gregorio Selser, quien se quitó la vida ese día de 1991, en la ciudad de México, adelantándose así a la fecha final que le tenía deparada una enfermedad terminal.
“Murió a los 69 años, dejando como legado varias bibliotecas, centros de documentación y una obra de medio centenar de libros sobre la historia de Estados Unidos y América Latina; el primero de ellos, Sandino, general de hombres libres, publicado en 1955, a los 30 años desde su natal Buenos Aires, sirvió para que jóvenes nicaragüenses encontraran un fundamento más cabal para su lucha contra la dictadura de Somoza y la creación, en 1961, del Frente Sandinista. Desde ese primer volumen hasta su muerte, mi padre leyó, escribió, investigó, enseñó, amó, peleó y también lloró; esto, ante situaciones históricas dramáticamente extraordinarias, como el golpe de Estado contra Allende en Chile, en 1971, a quien él conocía y admiraba, o bien la masacre de palestinos en Sabra y Chatila, por parte del ejército israelí…”.
Admiro a Rodolfo Walsh; nada me impide admirar igual a Gregorio Selser, otro argentino inmune al olvido.