sábado, septiembre 09, 2017

Crudeza de Calabacín












Me dicen que está disponible en Netflix, así que puede ser vista ya por casi cualquier interesado. Me refiero a La vida de Calabacín, película que recién fue ofrecida en la Muestra Internacional de Cine organizada en La Laguna por la Ibero Torreón en coordinación con la Cineteca Nacional. ¿Por qué la recomiendo? Entre las siete películas exhibidas durante la Muestra hubo, según los expertos, alta calidad, pero sólo quiero detenerme en esta obra francohelvética.
Generalmente asociamos los filmes de animación a la más pura fantasía. Así lo hemos visto desde que se descubrió, a la par de los dibujos animados, la técnica para dotar de vida a figuras elaboradas con sustancias maleables, como la plastilina u otras parecidas. La vida de Calabacín (Ma vie de Courgette, Suiza-Francia, 2016, 66 minutos), del animador suizo Claude Barras en colaboración con la cineasta Céline Sciamma, es un gran ejemplo de la contundencia que puede llegar a tener la animación cuando se aplica no tanto a la fantasía desbordada sino a la “vida real”, a la más cruda circunstancia humana.
Calabacín —sobrenombre de Ícaro— es un niño que ante la pérdida de sus padres debe ir al orfanato. Su profunda tristeza es inocultable, y con ella llega a cuestas al espacio que en teoría debe resguardarlo y sustituir hasta donde sea viable la falta de un hogar y, en lo posible, llenar el vacío dejado por las dos tremendas ausencias. El orfanato no le depara, sin embargo, muy buenas noticias: sus compañeros han pasado, cómo él, por experiencias altamente traumáticas, dolorosas en grado superlativo, incluso más duras que las padecidas por el pequeño Ícaro.
Sin mejor opción, Calabacín comienza a suturar las heridas y establece, no sin conflictos, lazos de amistad y camaradería, e incluso de amor tras la llegada de Camille, niña igualmente azotada por la vida. No se trata, empero, de la cinta chantajista que presupondríamos. La crudeza del pasado que carga cada inquilino del orfanato entra en juego para mostrarnos relaciones conflictivas, reincidencias en el hundimiento emocional de cada niño.
Nominada al Oscar como mejor película de animación, La vida de Calabacín es, en su especie, un producto estimable. El relato de la existencia a contracorriente, sin concesiones, evidencia lo mucho que todavía podemos aprender sobre la fortaleza humana y su capacidad para rehacer lazos de afecto allí donde aparentemente ya hay muy poco por reconstruir y por salvar.