sábado, junio 17, 2017

Equidad de géneros














Adrede usé el plural, eso de “géneros”, porque me refiero a los literarios, no a los de nuestra sexualidad. Sabido, muy sabido es que la novela acapara desde hace años la atención de (no sabemos quién fue primero, como el huevo o la gallina) editores y lectores, y que otros géneros han pasado a convertirse en satélites que a veces ni siquiera tienen cabida en el sistema de mercado. No por otra razón alguien ha dicho que la poesía (puedo agregar al ensayo y casi también al cuento) es una de las pocas cosas, acaso la única, que no le interesan al comercio, una especie de derrota con extraño sabor a triunfo.
Pues bien, tal no ha sido el caso de la novela, género lucrativo si los hay. Esto ha provocado que, como en el mundo capitalista se le tiene bien apapachada, los lectores y hasta los mismos escritores y no se diga los editores, crean que es un género per se más importante, el único que pone la vara alta. En mi escala de gustos, que no importa pero de todos modos es mía, aprecio, y mucho, la novela, pero a fuerza de contacto con otros moldes también les tengo ley. No tan secretamente leo bastante poesía, siempre estoy metido con el cuento, admiro a los ensayistas y me encantan géneros en apariencia menores como la crónica y la entrevista. O sea, me cuadra el bufet, no un platillo único.
Fue un placer, por ello, toparme con una entrevista de Piglia a Rodolfo Walsh. En ella, el gran maestro RW declara lo siguiente, que es cierto, por su aspiración a la equidad de géneros, aunque se refiera a un contexto muy distinto al actual (1970): “Un periodista me preguntó por qué no había hecho una novela con eso, que era un tema formidable para una novela. Lo que evidentemente escondía la noción de que una novela con ese tema es mejor o es una categoría superior a la de una denuncia con ese tema. Yo creo que esa concepción es una concepción típicamente burguesa (…) Porque evidentemente la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir, se sacraliza como arte. (…) al mismo tiempo creo que gente más joven que se forma en sociedades distintas, en sociedades no capitalistas o en sociedades que están en proceso de revolución, gente más joven va a aceptar con más facilidad la idea de que el testimonio y la denuncia son categorías artísticas por lo menos equivalentes y merecedoras de los mismos trabajos y esfuerzos que se le dedican a la ficción”.