miércoles, febrero 15, 2017

En modo meme
















Poco después de los cuarenta, y peor luego de los cincuenta, nuestra infancia contada a los jóvenes parece relato sobre la prehistoria al que nomás suelen faltarle los terodáctilos. Los jóvenes no creen que existió una época sin internet, sin celulares, sin Netflix. Así pues, sin querer queriendo, como dijo un filósofo mexicano, incurro en el relato de vivencias relacionadas con mi pasado, que es el pasado de cualquier coetáneo mío.
Cuento, por ejemplo, y esto asombra a mis estudiantes, que en mi niñez, cuando rasguñaba los cuatro o cinco años, sólo había programas de tele infantil en un horario módico, apenas unas horas en las tardes. Les cuento que iba al cine los domingos y allí veíamos tres películas, sobredosis fílmica que de todas maneras nos parecía pichicatera. Les digo también que los trabajos escolares los hacíamos, si bien nos iba, con alguna enciclopedia obsoleta y desmadrada, no con Google o Wikipedia.
Algo que los asombra (estoy exagerando, claro, pues ahora el asombro es un producto más bien escaso) es lo que les cuento sobre la difusión y el consumo de noticias. Les explico, por ejemplo, que la información deambulaba por el mundo en cámara lenta si comparamos ese ritmo con el presente: los diarios tenían tiempo para procesar la información, para jerarquizarla y luego difundirla. Hoy, al contrario, todo esa cadena se ve comprimida, y no hay hecho programado o fortuito que no sea cubierto-procesado-jerarquizado-difundido casi en el mismo instante en el que se da.
Les digo más, el fenómeno que he percibido desde hace algunos años, no muchos: hoy los jóvenes se informan y se forman una opinión a partir de memes, acaso el vehículo más rápido de nuestra época para hacer “periodismo” informativo-opinativo. Yo mismo, que me sigo considerando lector ordinario de noticias, me he sorprendido leyendo memes sin saber exactamente a qué noticia se refieren, y luego sucede que ya no leo la noticia y malamente me conformo con el meme, pues a cada uno lo desplaza otro con un frenesí poco apto para la digestión humana.
No puedo dudar de la eficacia del buen meme, además de valorar el hecho de que implica una clara democratización del trabajo “periodístico”. Lo único que me preocupa en este caso es que no pasemos de él, resignarnos a vivir la vida entera en modo meme.