sábado, febrero 25, 2017

Delicia de rechazar
























Parece increíble, pero ha ocurrido. Cito tres casos. Jean-Paul Sartre rechazó el premio Nobel de literatura en 1964. Cuando ya sonaba su nombre como ganador, Sartre hizo pública su negativa a aceptar el galardón: “Por razones que me son personales y por otras que son más objetivas, no quiero figurar en la lista de posibles laureados y ni puedo ni quiero, ni en 1964 ni después, aceptar esta distinción honorífica”. Esto no lo escuchó la academia de Estocolmo, que persistió en su decisión: lo premió. Luego, casi inmediatamente después de que la noticia inundó los medios del mundo, el autor de La náusea difundió la razón de su rechazo: “Un escritor que adopte posiciones políticas, sociales o literarias debe actuar solo con sus propios medios, esto es, el mundo escrito. Todos los honores que pueda recibir exponen a sus lectores a una presión que no considero deseable”.
Años después, no en una ocasión sino en varias, Cioran, el filósofo rumano, “bateó” varios premios obtenidos por su peculiar obra. Como dice Edgardo Cozarinsky, “A partir de 1950 Cioran rechazó todos los premios que se le otorgaron (…) Parecía haber entendido que el precio de su independencia era no necesitar dinero, no depender de la sociedad ni aun para el más modesto empleo”.
El último caso asombroso de rechazo fue, creo, el de Grigori Perelman, matemático ruso que hace quince años resolvió la “conjetura de Poincaré, propuesta en 1904 y considerada una de las hipótesis matemáticas más importantes y difíciles de demostrar”. Genio apabullante para la matemática, Perelman ganó todas las competencias de esta disciplina en Rusia, se doctoró con las más altas calificaciones e intentó hacer carrera en Estados Unidos, pero regresó a Rusia para dedicarse sin freno a resolver prácticamente solo un problema que ni mil cabezas juntas podían desvanecer. Él lo logró, y cuando algunas instituciones internacionales le otorgaron premios, los rechazó. Es particularmente famoso por no haber aceptado el Premio del Milenio dotado con la modesta suma de un millón de dólares. ¡Un millón de dólares que le importó un maldito carajo! Dese hace poco más de diez años se retiró de la matemática, reside en su natal San Petersburgo y ronda por allí con una hermosa facha de vagabundo.
No sabremos jamás las razones profundas de esos rechazos, pero conjeturo muy provisionalmente, porque ya agoté mi espacio, esto: el común denominador de los tres genios mencionados es que no tuvieron hijos.