miércoles, enero 04, 2017

Misil Proust














Avelina Lesper extendió su campo de acción a la literatura. Como sabemos, durante muchos años ha tratado de exhibir, creo que legítimamente, el muy fraudulento manejo que se da en el mercado del arte. Decenas, acaso miles de creadores de manchitas o instalaciones sin valor pululan hoy y, aunque se trate siempre de un asunto muy subjetivo, o precisamente por esto, no está de más tratar de distinguir el grano de la paja.
He leído su alegato contra la llamada “tuiteratura” y siento que hay allí, acaso por la arrebatada brevedad del texto, demasiados sobrentendidos y otras tantas generalizaciones. Para empezar hay que decir que con internet se multiplicó toda forma de creación personal buena, regular y pésima. Artistas y seudoartistas de cualquier disciplina (música, plástica, danza, cine, literatura…) han encontrado un trampolín en las nuevas tecnologías y ya no podemos esperar que sólo se manifiesten los genios. Ahora es suficiente un teléfono celular y WiFi para que cualquiera, con o sin talento y formación, nos comparta sus chuladas. Ya deberíamos estar acostumbrados a esto y no sentir que se trata de una horda invasiva al Sagrado Recinto de la Belleza.
Sospecho que quienes trabajan seriamente en alguna disciplina artística han asumido el uso de las redes sociales, como Tuiter, con el debido escepticismo. Me parecería insensato que alguno se creyera mejor artista sólo porque publica allí. Tampoco me parece afortunado disparar el misil Proust para contrastar la supuesta frivolidad de todos los tuiteros con respecto del abnegado francés. Que yo sepa, ningún tuitero cree que sus maquinazos de 140 caracteres pisarán los callos de En busca del tiempo perdido, y lo mismo ocurre con quienes suben su música a YouTube: no están compitiendo contra Wagner. Calma, pues, no caigamos tan fácil en el fundamentalismo de la pureza.
Salvo todas las salvedades (que en las redes son casi infinitas), sospecho que los buenos escritores que se asoman a Tuiter lo hacen sin pensar que de allí, de sus tuitazos (me suena feo eso de “twiterazos”), va a salir la obra que estremecerá a la humanidad. Creo que la alarma de Lesper es, pues, excesiva. Más: creo que si monsieur Prust hubiera tenido redes sociales, las hubiera usado sin sentir que perdía el tiempo para ir en su prodigiosa búsqueda.