sábado, noviembre 05, 2016

Torre




















La “Figura 68” (Torre de radioemisión vista desde abajo, foto de László Moholy-Nagy) del libro Punto y línea sobre el plano, de Vassily Kandinsky, me perturbó. Se trata de una imagen en la que se entrecruzan varias vigas de metal, lo que configura un todo sin orden aparente. Es uno de los muchos elementos gráficos que Kandinsky suma a sus teorizaciones sobre el constructivismo. Lo cito por una razón: esa torre es idéntica a la que años atrás vi desde esa misma perspectiva y en la que supuse iba a perder la vida. Todavía hoy, muy frecuentemente, pienso en aquellas horas. Salí de la galería como a las ocho de la noche, y estaba a punto de llegar a mi Focus cuando tres hombres me cayeron por la espalda. Oí una voz y al mismo tiempo sentí una cosa fría y dura en el cuello, detrás de la oreja derecha: “No se mueva, no mire”. De inmediato acaté la orden. Una manaza me agachó la cabeza y caminamos a un vehículo. Sólo pude ver los zapatos de quienes me detenían. Me subieron y en todo momento indicaron que no mirara, que mantuviera el cuerpo encorvado. Conjeturé: era una confusión. Ese día llevé mi saco más elegante, pues recibiría al arquitecto Aranguren. Sin problemas cerramos el trato por dos cuadros que le gustaron mucho, y se fue. Noté que, bien observados, parecíamos parientes, por lo menos primos: el pelo largo, ensortijado y canoso, la misma estatura, el saco azul y la camisa blanca. Todavía contesté algunos mails en la galería, afuera se hizo de noche y al salir pasó lo que pasó. Era una confusión, sin duda. Nos detuvimos en un paraje oscuro. Me dejaron un rato en el coche y bajaron a deliberar. Oí que discutían, pero no entendí nada. Poco después me bajaron, caminamos un rato en la penumbra y llegamos a una torre. Me echaron las manos atrás, me amarraron a una pata de la torre y se largaron. Pensé que volverían a terminar con todo, pero no. Tuve mucho frío y sentí que en cualquier momento me atacarían las alimañas. Asombrosamente pude dormir, y amaneció. Durante la mañana vi la torre desde abajo, ya con la espalda tiesa de dolor. Cuando estuve seguro de que no volverían, me zafé del nudo. Todavía eché un vistazo a la torre y huí a tumbos. Hoy, dos años después, encontré la imagen del húngaro Moholy-Nagy y recordé todo con renovado horror.