viernes, junio 24, 2016

Citar a ciegas













“Del cielo cayó una flor y en el aire se deshojó. Cada pétalo decía: Te extraño mucho mi amor”, escribió Baudelaire. El lector mínimamente avisado, por supuesto, duda de inmediato. ¿Baudelaire escribió eso? ¿Pudo uno de los más grandes poetas franceses del siglo XIX amonedar esa nauseabunda línea? Por supuesto, no. Si contamos con una elemental información literaria advertimos de inmediato que un poeta con fama de maldito no pudo descender a tamaña cursilería. Aunque es verdad: todo o casi todo escritor de alto mérito puede tener sus deslices, alguna o algunas páginas de cuestionable calidad. Sin embargo, a la hora de citarlo se impone recurrir a su obra buena, a lo mejor de su producción. En el caso de Baudelaire —como en el caso de Aristóteles, Séneca, Dante, Cervantes, Goethe, Hugo…—, es difícil errar en la cita, pues prácticamente en todas sus obras hay calidad.
Pero pasa ahora que debido a internet cualquier hijo de vecino crea páginas en las que, con dolo o por ignorancia, atribuye frases, poemas, relatos, comentarios y demás a escritores importantes y de apellido muy reconocible. Tras esto, viene luego una legión de ingenuos que cita aquellas palabras como si en realidad fueran de tal o cual escritor. Esto pasó hace algunos años con el infra¿poema? “La marioneta” atribuido a ¡García Márquez! Corrió con tan buena suerte en los medios que de golpe y porrazo el colombiano se convirtió en creador de caramelos. He aquí el texto:

Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso pero, en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.
Dormiría poco y soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen, escucharía mientras los demás hablan, y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate...
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando al descubierto no solamente mi cuerpo sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón...
Escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que ofrecería a la luna.
Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos...
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida...
No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer de que ella es mi favorita y viviría enamorado del amor.
A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas, pero dejaría que el solo aprendiese a volar. A los viejos, a mis viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido.
Tantas cosas les he aprendido a ustedes los hombres...
He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada.
He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su puño por vez primera el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre.
He aprendido que un hombre únicamente tiene derecho de mirar a otro hombre hacia abajo, cuando ha de ayudarlo a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero finalmente de mucho no habrán de servir porque cuando me guarden dentro de esta maleta, infelizmente me estaré muriendo...

Como podría notar hasta un lector mediocre de García Márquez, nada de lo contenido en el texto anterior corresponde al universo garciamarquiano. Ni el tono, ni el tema, ni el género, ni el propósito conmovedor-edificante ni el medio en el que fue reproducido, nada. Sólo una tremenda candidez puede hacer pensar que esos párrafos (ignoro a qué género corresponden) fueron escritos por el premio Nobel colombiano. El éxito del texto, claro, fue arrollador, tanto que “La marioneta” pasó a ser, quizá, la obra más leída “de Gabo” hasta que el verdadero autor, un comediante, confesó su travesura.
Recién se ha dado un hecho similar con otra falsa atribución a Borges. Si ya lo habían difamado con el poema “Instantes”, ahora ha ocurrido algo peor: el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, espacio donde nació Borges y a propósito de su treinta aniversario luctuoso, publicó en afiches una frase —un “pensamiento”— supuestamente borgesiana, ésta: “Con el tiempo comprendés que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad”. Vaya espanto.
Puede darse el caso de que Borges, incluso él, haya cometido ese pecado de leso buen gusto literario, pues casi ningún escritor se salva del tropiezo, aunque, como sucede con los escritores mencionados más arriba, en Borges sea difícil hallar página mala, incluso renglón malo. Ahora bien, si se trata de homenajear a un escritor de su talla, que sea con palabras que lo representen, no con la cita a ciegas de un efluvio dizque poético más digno de Corín Tellado que del monstruo argentino.