miércoles, junio 22, 2016

Argentina-Inglaterra en 1986: un partido sin orillas




















¿Cuánto puede durar un partido de futbol en la memoria colectiva? ¿Cómo recordamos sus momentos, sus protagonistas, sus detalles extracancha? En general, los partidos de cualquier torneo regular, y a veces también los de finales, son conservados poco tiempo en el recuerdo, y si en ellos sucede algo extraordinario —un autogol inaudito, un zafarrancho con patadas voladoras, el derrumbe de una tribuna o algo así—, en la memoria sólo queda indeleble el desaguisado, lo que escapó del libreto habitual. Hay excepciones, claro, como los grandes choques definitivos en las copas del mundo o en las competencias de relevancia (Copa Europea o Libertadores), pero también aquí sucede que estamos acostumbrados a petrificar en la mente sólo los goles y uno que otro momento más, si mucho.
Tres o cuatro partidos en la historia han quedado al margen de esta rutina, y dos de ellos fueron jugados en el estadio Azteca, cada uno en las dos copas del mundo organizadas en México. El primero fue la semifinal entre Italia y Alemania jugada el 17 de junio de 1979, match que de inmediato fue calificado, no injustamente, como “El partido del siglo”; luego de una refriega de vaivenes épicos, lo sabemos, Italia derrotó a la escuadra teutona por 4 a 3, con lo que ganó su boleto para disputar a Brasil la copa Jules Rimet. El otro fue el de Argentina contra Inglaterra celebrado el 22 de junio de 1986 y ganado 2 a 1 por los latinoamericanos en cuartos de final. Porque lo fue, o lo es, este choque sigue vivo en la memoria no sólo por los dos goles más famosos de Maradona, sino por las mil y una implicaciones que tuvo, tiene y seguirá teniendo mientras el futbol sea una pasión compartida por millones.
Pues bien, el periodista Andrés Burgo ha dedicado a este partido un amplio, documentado y ameno reportaje titulado El partido. Argentina-Inglaterra 1986. Lo inscribo en este género porque alberga todos los ingredientes del periodismo entendido como amplio territorio de escritura: hay en él crónica, entrevista, investigación documental, opinión, cruce de datos… se permite incluso, sobre todo al arranque, alguna pincelada autorreferencial cuando el autor explica por qué eligió su tema. Quizá me equivoco, pero probablemente El partido sea el más largo ejercicio de escritura sobre un encuentro de futbol como tema eje.
Esto nos lleva a pensar en una inmediata pregunta: ¿cuál es el método para construir un libro de 300 páginas a propósito de un partido de futbol? Parte de la respuesta está, creo, en la estructura de esta obra seccionada en tres momentos: “Antes”, “Durante” y “Después”, cada una segmentada a su vez en subcapítulos cortos. Gracias a tal estrategia, Burgo logra configurar su enorme fresco sobre un acontecimiento que en apariencia sólo duró dos horas, pero que tuvo tantos ingredientes deportivos, políticos, sociales, culturales, económicos, mediáticos y anecdóticos que a la larga dio para más, mucho más que una crónica en torno a las jugadas de aquel 22 de junio sobre el césped del Azteca.
Con una prosa harto fluida y en no pocos momentos bien timbrada de literatura, Burgo recorre los recovecos de todo —“todo” en este caso significa, en efecto, “todo”— lo que rodeó aquel choque entre argentinos e ingleses. No hay, de veras, minucia que el periodista haya pasado por alto al articular su investigación. Uno podría, de antemano, suponer algún elemento a considerar y muy seguramente eso aparece en El partido. Lo que sea, pues Burgo se dio a la tarea, no exagero si digo que titánica, de abrir una especie de aleph específico, el aleph donde accedemos al instante que encumbró a Maradona.
La sección “Antes” describe el motivo primigenio de la investigación: pese a que el periodista Burgo ha visto ya muchos mundiales, el del 86, dice, es “su mundial”, el que mejor ha quedado retenido por su memoria emocional, por llamar de algún modo al recuerdo de lo que nos es más grato. Tenía once años en aquel momento, y desde entonces, sin saberlo, fue creciendo en él la necesidad de emprender un abordaje completo ya no tanto al mundial, sino concretamente al partido Argentina-Inglaterra que a la postre sería el a.M./d.M, es decir, el antes y el después de un jugador fuera de serie.
En el “Antes”, claro, Burgo pasa escrupulosa revista a los antecedentes del partido. Por un flanco, nos recuerda el componente político de suyo insoslayable por más que muchos se hayan empeñado en negarlo o minusvalorarlo: estaba tan fresca la derrota en las Malvinas, seguía tan próxima la sensación de duelo por los 649 jóvenes caídos, que en los países involucrados —mucho más en el que perdió la guerra— cundió un sentimiento de revancha aunque algunos, insisto, se empeñaron en no reconocerlo así. “Para nosotros no era un partido más, y todos pensábamos lo mismo —difiere [el ex seleccionado Sergio] Batista—. La gente pensaba que, si le ganábamos a Inglaterra, ya éramos campeones del mundo, que ya cumpliríamos el objetivo”.
Además del antecedente endiabladamente político, el autor analiza el aspecto futbolístico, las innumerables circunstancias que debió atravesar el equipo argentino para llegar a México. Sabido es que las especulaciones arden en todos los países antes de asistir a una copa mundial, pero no es muy conocido lo que sucede al respecto en Argentina, lugar donde se enciende un hervidero de opiniones que implica hasta al presidente de la república, tal y como sucedió con Raúl Alfonsín en el 86, quien no quería a Bilardo y cabildeó sin éxito para que lo echaran del timón. Así entonces, Burgo documenta la concentración, los amistosos, los convocados (donde aparece, por cierto, el “mexicano” Héctor Miguel Zelada), el sistema de juego, las enemistades Menotti-Bilardo/Pasarella-Maradona, el petrioterismo, las cábalas, el feroz rol de la prensa, la presencia de los barrabravas y muchos más dimes, diretes y anécdotas como la del Vasco Olarticoechea, quien fue convocado por el entrenador, literalmente, en una calle cualquiera de Buenos Aires. El convulso “Antes”, obvio, concluye cuando los dos equipos están a punto de pisar el césped del Azteca.
La estancia más amplia de El partido es el “Durante”. Como en todo el libro, Burgo apela a documentos gráficos y audiovisuales para apuntalar su investigación, pero no deja de lado el contacto directo —en entrevista personal, vía mail o telefónica— con todos los actores involucrados. Recurre incluso a buena cantidad de libros, como las biografías de los ex jugadores ingleses. Gracias a toda esta información accedemos a los entresijos del estadio y, más allá de eso, al alma de jugadores, técnicos, directivos, árbitros, periodistas y público. Burgo relata, minuto a minuto, la salida de los jugadores hacia el Azteca, las reiteradas cábalas y detalles como el de las camisetas compradas y numeradas en la víspera del choque. Ya iniciado el encuentro, describe el nerviosismo, el desempeño, las jugadas de un primer tiempo más de estudio que de buenas acciones. Apenas arranca el segundo periodo, comienza el punto climático del reportaje: los dos goles de Maradona, el primero con la mano y luego el portento anotado después de zigzaguear entre rivales hasta dejar tendido a Shilton, lo que a la postre devino deificación del 10 argentino. En este espacio hay cabida, por supuesto, para Víctor Hugo Morales, relator uruguayo avecindado en Argentina hoy famoso por muchas razones meritorias entre las que pudiera destacarse haber relatado como nadie el gol del siglo anotado por el “barrilete [papalote, cometa para los mexicanos] cósmico”.
El “Después” avanza desde el fin inmediato del partido hasta nuestros días. En su pericial, el periodista interroga a medio mundo, entre otros, a los fotógrafos que atraparon “la mano de dios” con un click exacto, a los árbitros que dieron por bueno el primer tanto, a comentaristas que regatearon mérito al golazo maradoniano (entre otros, nuestro Nacho Trelles), a ex jugadores que asimismo fueron combatientes de Malvinas y a los propios ex seleccionados.
Modelo de investigación totalizante y bien escrita, El partido, de Andrés Burgo, es un magnífico ejemplo del valor que a veces, muy a veces, alcanza a tener el futbol como deporte, palestra política, calderón mediático y soporte de mitologías populares. Leerlo es asistir simultáneamente a todo esto.

El partido. Argentina-Inglaterra 1986, Andrés Burgo, Tusquets (colección Mirada crónica), Buenos Aires, 2016, 294 pp.

Nota sobre la portada. Andrés Burgo declaró en un programa de televisión que no incluir a Maradona en la portada se debió a un hecho puntualmente comentado en su libro: como no pudo entrevistarlo de manera directa, quiso evitar que los lectores supusieran, a partir de la portada, que el libro incluía revelaciones del ex futbolista. Contiene palabras suyas, en efecto, y en abundante cantidad, pero todas son indirectas, basadas en la investigación documental sobre la que se apoya buena parte del libro.

Nota anecdótica (y envidiosa de mi parte). Dentro del taller de periodismo que coordino en la Universidad Iberoamericana Torreón estamos viendo en estas semanas la reseña bibliográfica como género periodístico. El viernes pasado dije que pronto iba a escribir un comentario sobre El partido, y mostré el libro. En ese momento Lupita Puente Muruato, una de mis compañeras de trabajo en la Ibero y participante del taller, dijo que el 22 de junio de 1986 estuvo en el Argentina-Inglaterra. Por supuesto le comuniqué mi envidia retroactiva, y por mail le pedí un par de respuestas sólo para no dejar en el tintero este maravilloso complemento. En su carta, Lupita anotó de paso que también estuvo “en el mundial de México ’70, en esa ocasión fue mi papá quien me llevó; yo tenía diez años y me tocó ver jugar a Pelé”. En fin. Morí dos veces de envidia. Aquí va su relato:
Estuve en el juego porque Gerardo Lugo, mi marido, es muy aficionado el futbol. Cuando decidimos nuestro matrimonio, uno de los acuerdos que me solicitó fue casarnos en mayo de 1982 pero no tener hijos hasta después del Mundial del 86, ya que consideraba que un hijo pequeño sería un obstáculo para pasar un mes en la ciudad de México. De mi parte consideraba esperar un embarazo porque me gustaba mucho mi trabajo y deseaba primero acoplarme a la nueva vida del matrimonio y posteriormente pensar en los hijos. Sin embargo, las cuentas no nos salieron y con seis meses de gestación de Claudia, mi primera hija, me animé a la aventura de estar en el estadio Azteca durante el Mundial. Con un año de anticipación, Gerardo ya había conseguido los boletos de la serie de partidos que se jugaría en el Azteca.  El problema es que no se sabía con anticipación qué equipos pasarían a la siguiente ronda y por lo tanto asistiríamos a los partidos sin saber quiénes jugarían allí.  En aquel tiempo obviamente la afición deseaba estar presente en los partidos de la selección mexicana.
Unos meses antes había cambiado de trabajo y una de las condiciones que solicité para que me contrataran fue tener permiso de faltar el tiempo que duraría el Mundial. Afortunadamente aceptaron esta solicitud y no tuve problema para pasar este lapso de ausencia en el trabajo.
En México vivía una gran amiga recién casada que nos había ofrecido su casa para quedarnos todo el mes del Mundial, así que sólo nos dedicamos a ir a los juegos y vivir las emociones de gritos, música y bailes de la gente por la calle.
Del partido de Argentina-Inglaterra recuerdo lo siguiente: en la alineación de los jugadores de Argentina sobresalía Maradona por su corta estatura y sus piernas gruesas, los chamorros muy duros en comparación con sus compañeros. Estábamos sentados junto a unos hooligans y nos daban miedo, pues eran muy escandalosos, aunque afortunadamente en ese lugar no hicieron maldades.
Los dos goles maestros de Maradona, el primero, que al principio causó confusión pues no sabíamos si había valido o no, y finalmente fue increíble cómo la mano de Dios logró este gol. El segundo fue maravilloso, nos paró la respiración y nos puso la piel chinita. Yo no creía lo que había visto, la maestría de Maradona fue impresionante. Es la mejor jugada que he visto en mi vida. Maradona y Valdano eran mejor de lo mejor, lo máximo como jugadores. También recuerdo a los fanáticos argentinos que brincaban y cantaban todo el tiempo y en el medio tiempo se sentaban y descansaban (lo que me pareció curioso). Al terminar el juego corrimos para llegar a casa y ver el juego por televisión con todas las repeticiones posibles.