martes, mayo 31, 2016

Treinta años de comunicador




















Yo también fui joven. Claro, eso ocurrió hace mucho, tanto ya que aquella condición me parece, quizá porque lo es, del siglo pasado. Siete días después de que cumplí 22 años, es decir, el 31 de mayo de 1986, precisamente un día como hoy, me gradué de la carrera de comunicación en una escuela de cuya sigla apenas puedo acordarme: Iscytac. La fiesta se celebró en Los Sauces, un salón que en aquellos tiempos gozaba de cierto prestigio para desahogar actividades (o "eventos", como dice la raza) sociales de ese tipo, es decir, bodas, quincearañas, graduaciones y conexas. Recuerdo que unos días antes de la ceremonia, cuando mis compañeros y yo planeábamos la fiesta, entre todos escogimos a quien leería el discurso de egresados. Elegimos, por su buen timbre de voz, a mi amigo Saúl Vargas, quien ya para entonces destacaba por su facilidad para leer con una excelente entonación grave. Luego alguien reparó en el discurso, y como según esto —imagínense nomás— yo ya escribía y hasta publicaba, entre todos me encomendaron la escritura del discurso. Acepté convencido de que lo haría bien, aunque por supuesto no lo hice, pues nada de lo que entonces escribía merece hoy el más mínimo recuerdo. Alguna vez, no hace tanto, acomodé papeles viejos y por allí saltaron esas dos cuartillas escritas en máquina mecánica; hoy no sé dónde están, pero no importa. De ellas recuerdo que contenían los obligatorios brindis por una nueva generación de profesionistas y blablablá, lo que se estila en tales casos. Pero recuerdo más, eso sí, que mencioné a Manuel Buendía, el periodista asesinado casi exactamente dos años antes, el 30 de mayo del 84. Hice pues un elogio del periodismo crítico y a nombre de todos mis compañeros la promesa acaso exagerada de ser buenos comunicadores. Luego perdí la pista de casi todos, salvo de dos o tres, como Adrián Valencia o Margarita Morales, con quienes todavía coincido en la vida real o mediante el mail o las redes sociales. Hoy entonces, hace treinta largos años, salí de comunicador y en esto sigo no sé si bien o mal, pero sigo.

Nota: la nebulosa foto que adereza este post es una de las pocas que tengo de esa época. Sospecho que es de 1985, todavía no me escaseaba el pelo, no usaba bigote y cargaba muy pocos kilos sobre la osamenta, por lo cual parecía cantante de pop en desgracia; allí estoy sentado en la sala de la casa de Enrique Lomas, compañero del taller literario Botella al mar. En esa misma reunión estaban también Saúl Rosales, Héctor Matuk Núñez, Gilberto Prado y Pablo Arredondo. La casa de Lomas estaba (o está al menos en edificación) sobre  la acera poniente de la calle Galeana, entre las avenidas Juárez e Hidalgo, en Torreón, al lado de una peluquería con caramelo en la puerta.