sábado, noviembre 11, 2017

Futbol y puñetazos




















Pocas reacciones más bobas que agarrarse a trancazos por culpa del futbol. Comprendo, sí, que la riña a puño limpio entre adultos es el único camino cuando ya no queda otro, cuando por ejemplo alguien agrede a un niño, a un anciano, a una mujer (perdonen este gesto machista) o a cualquier otra persona indefensa. ¿Pero levantar la guardia porque nuestro equipo de futbol ha sido derrotado? Tontísimo, absurdo desde donde uno quiera verlo. Ni siquiera cuenta el argumento de "la provocación", de las burlas enemigas luego de un traspiés. Nadie con algunas neuronas dentro de la maceta podría justificar esa razón para pelear, más porque se sabe de antemano que siempre será así: los aficionados están permanentemente ilusionados no tanto con el triunfo de su equipo, sino con la posibilidad de acometer a sus enemigos con todo tipo de befas, con frases humillantes y ahora, desde la aparición de las redes sociales, con memes de todos los colores.
Pensar en serio que eso es serio evidencia un infantilismo digno de psiquiatra. Enojarse por las burlas (en Argentina le llaman "cargadas") es caer en emboscadas previsibles: todo el que se identifica con un equipo será, tarde o temprano, víctima de tal acoso, así que más vale no hacerse tan mala sangre y esperar con estoicismo la oportunidad en la que uno recibirá su dosis de humillaciones.
Hace algunos meses, en el TSM, la reacción de los aficionados de Tigres (no todos, claro) que levantaron la guardia para " defender" el orgullo mancillado de su club fue, por esto, una niñería que lejos de enaltecer sus colores los denigra. ¿O es muy valiente golpear mujeres? ¿Creerán luego de haberlo hecho que merecen alguna admiración? Asombrosamante, sí. Hay un sujeto que alcanzó cierta celebridad porque a la pregunta de un reportero (¿vale la pena pelear a puñetazos y caer en la cárcel?) el joven respondió que sí, que por sus colores, como si la empresa deportiva (un equipo de futbol es una empresa) fuera a premiarlo luego de haberla defendido.
En el fondo de esa agresividad primaria están también, creo, los medios. Al menos lo están de cierta forma, pues apenas se acerca un partido etiquetado como "clásico" exacerban en el aficionado la idea de que en el match irán en juego "el orgullo", "la honra", "la dignidad" íntegra de los equipos. Los espots promocionales muchas veces siembran en "la previa" de esos cotejos una visión épica, lo dramatizan todo. Luego, cuando algunos aficionados se creen la estúpida especie de que en efecto son guerras y no simples divertimentos de la sociedad de consumo, y después riñen, no falta que los medios, como siempre, enfaticen sus esquizofrénicos llamamientos a la serenidad: "Que el futbol siga siendo un espactáculo para las familias", declaran compungidos).
No hay que negarse, es verdad, a las pasiones, incluida la futbolera. Son salsas de la vida, y uno puede escogerlas en lo que sea. Lo que no parece sensato es pensar que la pasión por una camiseta es mejor que otra, que gustar de Tigres o de América o de Santos es lo mejor, como si se tratara de una determinación divina, y llegar al extremo de tirar madrazos para demostrarlo. Eso lo único que demuestra es, por qué no decirlo ya sin eufemismos, imbecilidad, una imbecilidad que ni soñando honra nuestra pasión. Al contrario: la desdibuja y la degrada, la convierte en caricatura, nos empequeñece.