sábado, diciembre 12, 2015

Sueños sin Moleskine


















Sucede con frecuencia en el grupo de escritores: mientras los interlocutores hablan, no falta que alguno se separe mentalmente de la conversación, saque un cuadernito, desenfunde el bolígrafo y escriba algo en secreto: una idea, una palabra, un dato, lo que sea, no lo sabemos. Allí queda, oculta al mundo, una larva de lo que después será, cómo saberlo, un poema, acaso sólo un verso, un cuento, acaso sólo un párrafo, quizá nada. Es una manía de escritor, y es tan visible que en ocasiones puede ser una pose, apenas una simulación para que el grupo que ve el acto aprenda a respetar.
No fui ni seré de los que usan cuaderno de notas. He intentado algunas veces, e incluso hice la lucha con el famoso Moleskine, pero el experimento arrojó un saldo lamentable: apenas quise escribir en esas exquisitas páginas y sentí horror ante la posibilidad de mancillarlas con mi letra siempre chueca, infantil. En nada se parecía el resultado a los cuadernos de escritores legendarios o cercanos, y el miedo a sentir que esas paginitas color crema podían caer en otras manos me bloqueó de modo radical. Comencé en mi vida tres cuadernos de notas, y en ninguno pasé de las tres o cuatro hojas.
Esta casi invisible incapacidad tiene que ver en algo con la formación. Desde que comencé a escribir usé máquina para no ver la fea letra que me salía de la mano. Sólo unos cuantos textos de 1985 u 86 pude escribir a lápiz o a bolígrafo. Pronto advertí que las palabras me fluían mejor si las tecleaba, así que la convivencia con la máquina mecánica me duró, aproximadamente, de mediados de los ochenta hasta 1993, cuando compré mi primera computadora. Desde entonces, sólo una vez, en 2004, y a falta de otra herramienta, escribí un cuento a bolígrafo sobre el envés de un plano. Estaba fuera del país, no cargué computadora, no había máquinas mecánicas y ni siquiera hojas, así que tomé la parte clara del plano para desarrollar una historia que en aquel momento pugnó por salir. No sé si la experiencia me gustó. Supongo que no, pues jamás la repetí.
Hubo un tiempo, como lo señala Francesco Piccolo en Escribir es un tic, libro que aprecio mucho, en el que rivalizaron pluma/papel, máquina de escribir mecánica y “ordenador”. Muy poco después, la herramienta intermedia fue brutalmente eliminada, y quedaron en el ring el cuaderno y la computadora. Hoy, creo, el teclado electrónico ya ganó la guerra, pero no faltan quienes todavía escriben a mano al menos sus veloces notas. Yo ni eso, como dije. Hoy tomo notas en el celular, con el programa Evernot, y todo fluye bien. Al menos no se da el bloqueo sufrido en mi fracaso Moleskine.