sábado, julio 04, 2015

Aquellos días en Lerdo














No había publicado estas breves palabras. Las leí en la ceremonia de reconocimiento que inmerecidamente me hicieron algunas autoridades de Ciudad Lerdo. Eso ocurrió el 28 de abril de 2015:

Buena parte de mi adolescencia, de los 12 y los 15 años, la pasé en Ciudad Lerdo, pues allí estudié en la federal Flores Magón. Creo que fui muy feliz en aquella época, y sospecho que esto se debe a que por tales años descubrí el significado de la libertad en su sentido más estricto. En 1976, cuando entré a la secundaria, mi familia todavía vivía en Gómez, así que hice desde GP un par de semestres de recorridos a Lerdo. Junto con mi hermano —que cursaba el tercer año en la misma escuela— me levantaba a las seis, me arreglaba y a eso de las seis cuarenta salíamos de nuestra casa, ubicada en la avenida Madero, y caminábamos al mercado José Ramón Valdés. Allí esperábamos el Verde que nos dejaba en las puertas de la escuela, sobre el bulevar Miguel Alemán.
Luego, en 1977, mi familia, es decir, mis padres y sus siete hijos, se mudó a lo que entonces era una orilla de Torreón, a la colonia Nogales aledaña al seminario, por el rumbo del Canal 9 de televisión. Pude cambiar de escuela, e ignoro por qué no lo hice, pero seguí en la Flores Magón. Mi hermano ya había terminado la secundaria, de manera que mi solitaria rutina a los catorce años era la siguiente: ponía el despertador a la cinco, me arreglaba yo solo y a las seis, en la oscuridad, tomaba el camión ruta Jacarandas hacia el mercado Juárez. Allí tomaba el Verde directo a Lerdo y llegaba justo a las 7, hora en la que comenzaban las clases. Dos años hice eso casi sin conciencia de que hacía eso, así que de milagro saqué la secundaria como viajero frecuente de la zona metropolitana Torreón-Gómez-Lerdo-Gómez-Torreón.
Pese a que parece terrible, no sé por qué recuerdo aquella época con profunda alegría. Supongo que esto se debe a la libertad recién estrenada, al hecho simple de saber, o intuir, que podía moverme sin trabas. Buena parte de esa libertad la disfruté, por ello, en esta ciudad a la que quiero no sólo por su nieve y por sus exquisitos tortillones —motivo suficientemente grande para quererla—, sino porque fue el primer entorno en el que pude caminar con la sensación, valiosísima en la adolescencia, de que todo el mundo era mío.
En otra parte he contado anécdotas relacionadas con Lerdo, los viajes sabatinos a Raymundo, la primera novia conquistada no sé cómo al lado del restaurante Las Breñas (por el Issste), los muchos amigos que tuve en un tiempo en el que Facebook era de carne y hueso, las películas que vi en el cine López, los incontables juegos de futbol en unos campos de tierra que, si no recuerdo mal, tenían un nombre ad hoc: el Tercer Mundo. A los quince años, hace 35, salí de la secundaria y me alejé de Lerdo sólo físicamente, pues a mi modo siempre lo cargo en la memoria y vuelvo cada que se puede, como hoy.
Muchas gracias a todos por renovarme la alegría de estar aquí. Gracias a la Fundación José Santos Valdés, a la Dirección de Educación y Cultura, gracias al profesor Gabriel Castillo, gracias a los profesores que me invitaron y gracias y disculpas, sobre todo, a los jóvenes que leyeron algunas cuartillas mías. Hace mucho que no soy adolescente, pero hagan de cuenta que los veo y de alguna manera soy ustedes leyendo a un señor desconocido que hace mucho dejó su corazón, al menos buena parte de su corazón, en Ciudad Lerdo.

Ciudad Lerdo, 28, abril y 2015