miércoles, abril 15, 2015

Permanente Galeano














Algunos hacen bien y son congruentes al no decir ni pío sobre Eduardo Galeano o sumarse al vocerío aunque no sea para elogiarlo, sino para lo contrario. Me refiero a los que saben que el uruguayo simpatizó de orilla a orilla con ideas y regímenes non gratos para la prensa dominante, como los de Cuba y Chile (el Chile allendista) y en los años más recientes con los de Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, Bolivia y obviamente Uruguay, el Uruguay de sus amigos José Mujica y Tabaré Vázquez.
Entonces no faltarán quienes minusvaloren o simplemente se muestren indiferentes ante el pensamiento de Galeano. Tendrán sus legítimas razones incluso para atacarlo, pues el escritor recién ido no se colocó en un punto difuso del espectro político, no fue y vino, como tantos, de un partido, de un credo, de una ideología a otros. Como pocos escritores, fue fiel a una posición en todo su obrar literario y extraliterario, de manera que en su vida dejó muy claro por dónde no caminó, con quiénes no simpatizó, en qué no creyó.
Galeano fue (o es, pues lo que queda de él, su obra, sigue y seguirá siendo) un escritor peculiar, de difícil catalogación. ¿Fue ensayista? ¿Fue poeta? ¿Fue narrador? Es complicado decidirlo, pues con sutileza borró las fronteras de esos géneros y trabajó en una orfebrería del fragmento que mucho tenía de ensayo, de poesía y de relato. Pero junto con la cuidadosísima forma, siempre condensada en imágenes sencillas y contundentes (“Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”, “Las paredes son la imprenta de los pobres”), el fondo documentó y graficó, sin parar, el doloroso pálpito, “las venas abiertas”, de un espacio físico y espiritual, Latinoamérica, permanentemente embestido por los imperialismos de ayer y del presente.
Para Galeano, pues, la historia de “Nuestra América”, como la llamó Martí para diferenciarla de la América anglosajona, era la historia del saqueo, del despojo, de la más aborrecible y sostenida voracidad colonialista.
Por ello, aunque puede ser sincera su opinión adversa sobre el libro que más lo identifica (actitud que no es poco común entre los escritores cuando hablan sobre sus primeros libros), es innegable que en Las venas abiertas de América Latina coaguló la idea que luego regiría su pensamiento y todo su quehacer: “La historia de América Latina es la historia del despojo de los recursos naturales”. Así de simple, así de inobjetable, así de trágico y así, por supuesto, y esto es lo fundamental, de indignante.