lunes, abril 20, 2015

Las "realidades históricas"












He leído con interés y tristeza el texto que aparece abajo. La realidad inocultable para México es su deterioro material. ¿Cómo tapar la pésima calidad de vida a la que están hoy condenados millones de mexicanos? ¿Cómo eximir de responsabilidad a quienes históricamente han creado esta situación?

Las "realidades históricas"

Sergio Antonio Corona Páez

Cuando yo era estudiante de administración de empresas en la Escuela de Comercio y Administración de Torreón (actualmente FECA) y para mayores señas, entre los años de 1969-1971, un maestro de la asignatura de economía tenía un dicho (algo pícaro por cuestión de nemotecnia) para definir dos procesos. “Inflación —decía— es cuando un huevo cuesta un peso”. Y “deflación —decía también— es cuando un peso cuesta un huevo”. Si nos ponemos a hacer cuentas, un peso de aquella época equivale a un milésimo de nuestro peso actual. Y se tenía por tan disparatado el pensar que un solo huevo pudiera costar un peso, que se usaba como ejemplo del precio inflacionario.
Pues bien, una revisión de precios actuales de ese producto nos habla de una realidad tan atroz que se ha buscado ignorarla por todos los medios posibles, incluso quitando ceros a la moneda. Porque el continuo proceso inflacionario de 1977 al 2015 supera infinitamente al que pudo darse en 300 años de período colonial novohispano.  
A manera de comparación, si tomamos en cuenta la oferta de huevo de diferentes marcas comerciales en sus diversas presentaciones y categorías al 15 de abril de 2015, como lo son el “huevo extra”, “blanco”, “orgánico rojo”, “de libre pastoreo”, “jumbo blanco”, “light”, “rojo”, notaremos que sus precios (por cada huevo) oscilan entre $2.13 y $5.25, y que el promedio se sitúa en $2.76 por pieza.
Pero debemos recordar que en los términos de mi maestro de economía, estaríamos hablando de 2,130.00 pesos por cada huevo, y de los más económicos. A él ya le parecía descabellado en extremo que un huevo pudiera costar un peso.
¿Qué ha sucedido, pues, con la economía y con el poder adquisitivo? ¿Cómo ha sido posible este encarecimiento de la vida y empobrecimiento de las posibilidades familiares de bienestar?
Solamente podemos atribuir este fenómeno económico y social a la mala administración de la clase política mexicana. El proceso inflacionario galopante comenzó al final del sexenio de Luis Echeverría, cuando puso a “flotar” el peso (un eufemismo que la cámara de diputados aplaudió) en septiembre de 1977. Y desde entonces no ha parado. Fue tan grave el proceso que en 1993 el presidente Salinas puso en vigor el “nuevo peso” (con tres ceros menos). Una maniobra de carácter político que buscaba manipular la memoria histórica de los mexicanos. A pesar de que los gobiernos de 1977 a 1993 eran los responsables del enorme deterioro de la economía nacional, no quisieron asumir el costo político. Con la creación del “nuevo peso” —pensaban— crearían una cortina de humo que les permitiría continuar en el poder con gobernabilidad. Los mexicanos, sobre todo las nuevas generaciones, no serían conscientes del inmenso robo que la clase política había cometido en contra del bienestar de la ciudadanía. 
Los dispendios y malos manejos continúan hasta el presente sin que los diputados cumplan con su obligación, que es la de representar los intereses de la ciudadanía en contra de las decisiones o acciones dañinas del poder ejecutivo o el judicial. Continúan las alzas inflacionarias, los sueldos congelados, la impunidad, el enriquecimiento ilícito, los conflictos de interés, el alza e incremento de impuestos, los pésimos servicios de salud, y ni para qué mencionar las miserables tasas vigentes de jubilación.  No cabe duda de que la clase política mexicana es extraordinaria cuando se trata de crear “realidades históricas”, o bien de desaparecerlas.