sábado, marzo 07, 2015

Escritor consagrado













En 2007 trabajaba para una dependencia cultural en el área de literatura. Mis obligaciones, que cumplí con una incierta mezcla de entusiasmo y abnegación, tenían que ver sobre todo con la organización de presentaciones, mesas redondas, conferencias y lecturas de escritores cercanos o lejanos, noveles o consagrados, de todo. Dado que el personal de mi área estaba conformado sólo por mí, debía habilitarme para casi todas las actividades implicadas en la organización y buen término de las actividades, desde concebirlas, diseñar las invitaciones, escribir los boletines, ir a los medios, asistir a las presentaciones, muchas veces participar en las mesas y, por último, acompañar a los escritores —principalmente cuando eran de fuera de la ciudad— en la cena de rigor.
Pasó una vez, entonces, que vino a visitarnos un escritor con renombre en el medio literario mexicano, un ensayista destacadísimo aunque sólo bien conocido, como ocurre con casi todos los ensayistas, entre escritores. Yo mismo lo ponderaba y lo pondero todavía como un lector infatigable y un gran crítico, además de maestro y perito editor de libros propios y ajenos. Su nombre, pues, no me era nada extraño, y desde que abrí los ojos a la literatura había visto su firma en los más prestigiados suplementos y revistas literarios del país, e igual en libros de sellos académicos y comerciales. Era para mí, entonces, un escritor “consagrado”, alguien ya plenamente identificado en la república de nuestras letras.
El ensayista despachó su conferencia sin despeinarse, con un dominio absoluto del tema. Armado sólo con pocas cuartillas, dictó, perdón por el lugar común, cátedra. Al final, luego del sencillo brindis, le ofrecí la cena institucional programada en un lugar de verse. Al avanzar hacia el restaurante sito en el Paseo La Rosita, el ensayista me pidió buscar un cajero automático. Lo noté nervioso, pellizcándose los padrastros con los dedos. Llegamos a un cajero, bajó, vi de lejos que consultaba y volvió al coche. Siguió inquieto y me atreví a preguntar si pasaba algo. “No, nada —dijo—, esperaba el pago de unas colaboraciones y no me han depositado”. “Eso pasa muy seguido”, le respondí. “Sí, el problema es que sólo tengo 500 pesos y estoy en Torreón”. Asombrado, le dije: “Fulano de tal, usted, quien aparece en el consejo editorial de la revista equis junto a zutano y perengano, ¿tiene sólo 500 pesos en este momento? ¿Qué no tiene la vida ya resuelta?”. La respuesta fue clara: “Bueno, ellos son empresarios y también escriben, yo sólo me dedico a escribir”. No resistí la tentación de comentarlo: “Si eso pasa con usted, que es un escritor reconocido, ya entiendo por qué en provincia estamos como estamos”.