domingo, febrero 15, 2015

Cascarita con balón de papel















Daniel Lomas me regaló el año pasado esta reseña sobre Polvo somos. Dado su ateísmo futbolero, como él dice, agradezco el esfuerzo y la generosidad.

Puesto que no me preocupa ser un aguafiestas y ganarme la rechifla general, empezaré confesando que soy ateo del futbol. Aclaro: como deporte me parece excelente; como espectáculo, lo más que me suscita son bostezos y zapping. El último mundial que vi con gusto fue México 86; por entonces mis padres habían bautizado a mi hermano menor y de tal festejo había sobrado una cantidad innúmera de cajas de refresco, así que prácticamente desfondé un sillón de la salita por tantas horas que pasé arranado mirando el mundial y emborrachándome con Coca-Cola, a mis irracionales ocho años. Ha pasado el tiempo y hoy ignoro qué me gusta menos: si la Coca-Cola o el futbol. Pero en fin, ni esta parrafada ni tampoco mis preferencias personales han sido obstáculo para que mi lectura de Polvo somos (treinta relatos futbolísticos), de Jaime Muñoz Vargas, fuera placentera y haya arrancado carcajadas a un descreído del balompié.
Obvio que el eje del libro es el futbol; sin embargo, creo que a la par se trata de un pretexto para que salten al papel diversos jugadores: las pasiones, la envidia, la sed de fama o dinero, los destinos truncos, la resurrección de rencillas por viejos amores y hasta una conmovedora cátedra de ética impartida por la batuta de un alcohólico en la pizarra de la traición. En suma: una ración de la vida de la gente, o la representación en letra de la vida.   
De los diez cuentos con que arranca Polvos somos, me agrada especialmente que los personajes sean deportistas de los llanos (o de la Liga Municipal de Gómez). Es decir, son seres minúsculos, de escasísima gloria. Así vemos a los empleados de Carnicería Bustamante, de Güicho Ferreteros, de Tortillería La Chinita o de Vulcanizadora Goliat, saltar al terreno de juego con muchas ganas de aterrarse (de tierra, claro está, y no de miedo). Por cierto, los motes o alías bajo los cuales se dibuja a los personajes son muy buenos y en ocasiones irónicos. Efraín Quiñones, El Mula, posición central, es más que nada un quebrantahuesos de profesión que ya les molió las tibias y peronés a varios de sus contrincantes. Zoilo Pantoja, Metralleta, un flamante goleador que a la hora de la verdad y en medio de un partido de campeonato vuela un penalti. Lauro Meza, el Trucutrú, quien jamás ha acertado un gol, cierta noche se va de farra con sus cuates y goza de los excesos del tabaco, el alcohol, la comilona, las mujeres y el bailongo; al día siguiente, aunque extenuado por la resaca, le ocurre un milagro: anota tres goles de un jalón; supersticiosamente cree que su buena estrella radica en la serie de disparates cometidos la noche anterior, de ahí que tratará de reproducirla (sin éxito) y morirá de catarrín. Un vendedor de aguas frescas que entra de relevo a ocupar el silbato del árbitro; un estilista afeminado que arma su escuadra sobornando a la palomilla del barrio: promete pagar uniformes, arbitraje, carne asada; un vendedor de semillas que anota fortuitamente un gol, son algunos de los detonantes para crear y crecer las historias. De alguna forma, esta primera sección nos retrata pequeñas biografías, teñidas por el recuerdo de las penas y glorias a que pueden aspirar estos héroes anónimos. Recuerdo aquí lo que escribió Marcel Schwob: “El arte del biógrafo sería otorgar el mismo valor a la vida de un pobre actor que a la vida de Shakespeare”.
En Polvo somos hay un manejo cuidadoso del detalle. En alguna entrevista Rulfo comentó que en la literatura los árboles no se llaman árboles ni los pájaros se llaman pájaros: se llaman sauces, ahuehuetes y mezquites, se llaman cuervos, zopilotes y colibríes. Sólo interesa pues lo particular, lo único. Hay un refrán que quizás viene a cuento: “Dios está en todas partes y el Diablo en los detalles”. En ese sentido, el libro de Jaime Muñoz Vargas está escrito con mucha pezuña de diablo, con fina minucia; al grado que a veces, valiéndose del truco de la reticencia, se contiene la respiración y se esconden maliciosamente los detalles para que el lector no los vea sino en el momento preciso y entonces lo golpeen con la contundencia de la sorpresa.
En la segunda sección de Polvo somos figuran 19 relatos. Si lo pensamos bien, es un amplio desfile de personajes. “Willy desde dentro” narra la historia de una joven promesa del balompié que ha acabado metido en el fracaso: ni más ni menos que en una botarga, con la que anima los partidos a ras de pasto, mientras por dentro lo achicharra la envidia y el odio que le despierta un amigo, un compañero de cascarita que sí ha triunfado en primera división. “Para escapar de Malisani” es un aguafuerte de gánsteres futboleros en que un mexicano ha ejecutado una trácala y ha estafado así a unos estafadores argentinos, que ya es mucho decir, y ahora por tanto es víctima de una persecución a muerte. “Cábala gitana” cuenta la historia del más raro amuleto con que ha cargado un futbolista: un hámster vivo entre las ropas durante los 90 minutos. “Futbol intergaláctico”, uno de los cuentos que más disfruté, nos narra un partido ocurrido en el año 6044 o 4066, cuando ya no quede ni un átomo del mundo que hoy habitamos; es una visión futurista y alocada del futbol. “Charla con Pelé”, una visita del astro brasileño a La Comarca Lagunera. “Partido eterno”, un juego que dura poco más de quince horas. Asimismo, un árbitro abucheado no sólo en las canchas sino también en calles, autobuses y cantinas; un poeta futbolero, y hasta una sutil crítica del fanatismo con que se vive la religión del futbol en un país desmoronado por la violencia de incontables muertes, son algunas de las premisas desde las cuales se catapultan las ficciones.
Es válido afirmar que los relatos de Polvo somos parecen recién salidos de la peluquería, pues vaya que su autor (que en otros libros ha dado muestras de largo aliento, por ejemplo en su última novela Parábola del moribundo) ha decidido esta vez frenar la pluma y usar la tijera de la poda y encapsular al máximo las historias, en las que no sobra ni un flequillo de más. Son pues ficciones bien recortadas como calcomanías.
Cierra el volumen un cuento largo y (el adjetivo no es exagerado) genial: “Mancha sobre mi padre”. El meollo de esta historia es la traición, pero no una traición cualquiera sino una ética traición. El personaje central es el viejo don Aristeo, quien por cierto aparece excelentemente dibujado desde las primeras líneas, desde ya pegado a perpetuidad al vaso de cerveza. Es una especie de paradoja ver a este alcohólico consuetudinario que se dedica al deporte, así sea por detrás de la raya de cal, pues dirige a un equipo infantil, y, por si fuera poco, lo hace con bastante tino. Ajá, pastorea al equipo a lo largo de jornadas y más jornadas, hasta que logra conducirlo a la gran final. Pero entonces acontece algo extraño: el viejo Aristeo vende el partido, pacta la derrota. ¿A cambio de qué se ha prestado a cometer semejante infamia?, he ahí la incógnita. Por otra parte, amarillea en el cuento un aire bellamente nostálgico, como de fotografía del pasado. Quien nos narra la anécdota es el hijo del director técnico, que a su vez fue jugador del equipo y que muchos años después de ocurrida la traición todavía seguirá sin comprender por qué demonios su padre vendió el partido más importante, y no descubrirá la verdad sino al cabo de un velorio. Sin duda el lector tiene garantizada aquí una historia de profundo humanismo.
Creo que he dejado claro que prefiero por mucho revisitar Polvo somos que extasiarme en bostezos ante cualquier partido del mundial que se avecina (por si alguien lo ignora, informo: la sede será Groenlandia 2015). Lo bueno del futbol en la vida social de la Comarca Lagunera es que arrastra consigo carne asada, cervezas y festiva amistad. Agrego una posdata: del mundial México 86 no solamente recuerdo la legendaria tijerita con que Manuel Negrete convulsionó al estadio Azteca, llevándolo al borde del infarto colectivo; también recuerdo los comerciales televisivos con cancioncilla y baile sexy: los de la Chiquitibum.

Polvo somos (treinta relatos futbolísticos), Jaime Muñoz Vargas, Axial-Colofón-Arteletra, México, 2014, 134 pp.