sábado, enero 17, 2015

Dos formas de decir esta milonga















La poesía no pasa idéntica de la literatura a las canciones. Con la música se da, de alguna forma, una traducción o al menos una reinterpretación, así que quizá algo se gana y quizá algo se pierde en tal proceso. Sin regatear la fortuna que pueden tener muchos poemas pasados al formato musical, hay obras que me gustan sólo como letras. Una de ellas es “Milonga de dos hermanos”, incluida en el libro Para las seis cuerdas (Emecé, 1965), de Borges. Trataré de explicar por qué.
Si escuchamos las interpretaciones de Jairo y de Jesús Suaste advertiremos que ambas son excelentes, aunque creo que algo, así sea levemente, les sobra. Supongo que es el dramatismo no sólo de la voz, sino de la música. Borges compuso esas milongas para ser dichas sin tono lloriqueante o exaltado, ni siquiera mínimamente conmovedor. Recordemos su opinión, por cierto, sobre “el inconsolable tango-canción”, género que solía rechazar con el argumento de que gimoteaba demasiado. Las milongas de Borges, pienso, deben ser enunciadas como él las dijo: sin adornos vocales, sin alardes interjectivos. Debemos pronunciarlas pues como si lo contado allí no nos afectara, pues hay en todos esos versos una especie de indiferencia ante el dolor y la muerte que de ser posible debe coincidir con una lectura de estilo sobrio y hasta seco. Borges lo expresó así, como lo oímos en esta desapasionada enunciación.
“Milonga de dos hermanos” está en el libro de poesía que más me gusta de este autor. Algunos pensarán que estoy loco, pero el Borges que siempre he sentido más cerca no ha sido el genio creador de laberintos intelectuales a la manera de “El Aleph” o “El jardín de senderos que se bifurcan”, sino el Borges conmovido y atraído por compadritos y gauchos, por cuchilleros, por esos pobres diablos cultores del coraje en los que el ciego vio una especie de secreta épica. No por nada escribí hace poco que los cuentos que más releo de él son, por ejemplo, “La intrusa”, “El Sur” y otros de la misma familia, donde aparecen el campo, el caballo, la payada, el ombú, el silencio de la llanura y el admirable y gratuito coraje de hombres ajenos a la civilización.
Aprender de memoria la “Milonga de dos hermanos” me costó casi una semana de repetición a baja intensidad. Al fin logré asirlo y me lo repito a solas para no sentirme obligado a releerlo. Todo es perfecto, pero la estrofa final es la que termina por hacer universal, intemporal, la profana y anónima competencia de los hermanos Iberra. Meter a Caín en el remate es más que genial luego de lo expuesto en el camino; al hacerlo, Borges parece decir “Miren, amigos, hasta aquí la milonga puede parecer de quien sea; gracias a la última estrofa cualquiera sabrá entender que es mía”.
Se las comparto, a ver si me dan la razón.

Milonga de dos hermanos

Traiga cuentos la guitarra 
de cuando el fierro brillaba, 
cuentos de truco y de taba, 
de cuadreras y de copas, 
cuentos de la Costa Brava 
y el Camino de las Tropas. 

Venga una historia de ayer 
que apreciarán los más lerdos; 
el destino no hace acuerdos 
y nadie se lo reproche 
ya estoy viendo que esta noche 
vienen del Sur los recuerdos. 

Velay, señores, la historia 
de los hermanos Iberra, 
hombres de amor y de guerra 
y en el peligro primeros, 
la flor de los cuchilleros 
y ahora los tapa la tierra. 

Suelen al hombre perder 
la soberbia o la codicia: 
también el coraje envicia 
a quien le da noche y día 
el que era menor debía 
más muertes a la justicia. 

Cuando Juan Iberra vio 
que el menor lo aventajaba, 
la paciencia se le acaba 
y le fue tendiendo un lazo 
le dio muerte de un balazo, 
allá por la Costa Brava. 

Así de manera fiel 
conté la historia hasta el fin; 
es la historia de Caín 
que sigue matando a Abel.