sábado, enero 03, 2015

Acá entre nos, también














El brinco del 2014 al 15 me agarró leyendo El camino de Ida (Anagrama, 2013), novela de Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940). Se trata de un relato en el que Emilio Renzi, personaje recurrente en la obra pigliana, es invitado a dar un curso sobre Hudson en la academia norteamericana. Como se trata en realidad de un alter ego, ese viaje abre la oportunidad para que el narrador argentino despliegue dos de sus principales virtudes: la configuración de un relato que se ramifica en microhistorias y su agudeza observadora. En efecto, Piglia es un atentísimo mirón, un hombre que radiografía con buena prosa lo que ve.
Al cruzar la página 44 hallé un pasaje de esos que llegan al hueso de una realidad: Renzi anda en una calle de EU y dice esto:
“Cuando me separé de los estudiantes volví a casa y en la esquina de Nassau Street y Harrison encontré a un hombre, con jeans y campera de franela a cuadros, que hacía propaganda política aprovechando el semáforo largo de la avenida. Alzaba un cartel de apoyo al candidato republicano en las elecciones legislativas de mayo. Le había agregado una banderita norteamericana, señal de que pertenecía a la derecha patriótica. Nunca había visto el acto proselitista de un solo hombre. Todo se individualiza aquí, pensé, no hay conflictos sociales o sindicales, y si a un empleado lo echan de la oficina de correos en la que trabajó más de veinte años, no hay posibilidad de que se solidaricen con un paro o una manifestación, por eso, habitualmente, los que han sido tratados injustamente se suben a la terraza del edificio del antiguo lugar de trabajo con un fusil automático y un par de granadas de mano y matan a todos los despreocupados compatriotas que pasan por allí. Les haría falta un poco de peronismo a los Estados Unidos, me divertí pensando, para bajar la estadística de asesinatos masivos realizados por individuos que se rebelan ante las injusticias de la sociedad”.
Parece, o es, apenas una pincelada, una observación al paso del protagonista por la calle, pero me asombró porque resume un rasgo más de la mentalidad apolítica del norteamericano estándar: ¿para qué participar, para qué manifestarse, para qué criticar si todo está relativamente bien, hay trabajo y todo mundo, con un poco de esfuerzo, puede hacerse de lo necesario para, al menos, irla pasando? No me alarmó tanto, sin embargo, que un hombre hiciera solitario proselitismo en esta novela “norteamericana” de Piglia, sino que la escena me llevó a recordar lo que ocurre en México. ¿Qué oscuro colonialismo nos ha sido impuesto, por qué descreemos de toda participación política? ¿Hay causas por las que valdrá la pena luchar, manifestarnos, o todo está perdido y serán sólo unos cuantos necios los que harán evidente la inconformidad? ¿Es suficiente ripostar en las redes sociales o hacen falta, como diría Zitarrosa, nuestras piernas en la marcha y nuestra voz en la consigna? ¿Los gasolinazos, el aumento de impuestos, la invención de gravámenes leoninos son algo que debemos asumir ya con total normalidad? ¿Pueden quedar en evidencia de corrupción el presidente y sus colaboradores cercanos y seguiremos mirando hacia otro lado? ¿Continuarán saqueando las arcas municipales y estatales y con todo y eso pagaremos nuestras cuotas en silencio?
Mediante Renzi y de manera burlona, Piglia señala que a la sociedad yanqui le hace falta un poco de peronismo, por lo que entiende lucha popular, manifestación abierta y colectiva de la oposición. Acá entre nos, a nosotros también, sobre todo en este 2015 decisivo y aún más importante que el pasado 2014.