miércoles, diciembre 10, 2014

No es broma














Recuerdo la broma que hacía un amigo cada vez que hablaba sobre los puntos en los que se reúne la fauna política de La Laguna (aunque la ocurrencia puede servir para cualquier otra región del país). Al referirse al restaurante favorito para el ejercicio de la grilla en nuestra comunidad, decía: “¿Te imaginas como cuántas cadenas perpetuas se pueden sumar cuando está lleno ese negocio?” Tras la pregunta venía la risa, y tras la risa la sensación de que no es descabellado preguntarse cuántos años de cárcel no se han cumplido en México por culpa de la impunidad.
Porque lejos de castigar, en México el sistema está diseñado para favorecer, para premiar, para perdonar todo a aquellos que por una combinación de suerte, destreza y malas artes llegan a la cúspide. Ya allí, los beneficiarios del poder se tornan intocables aunque se difundan las evidencias de sus fechorías. Para que caigan es necesario descender a la absoluta desgracia, que los astros queden alineados parejamente, es decir, que los grupos políticos, los empresariales y los mediáticos apunten en una misma dirección. Si eso no sucede, es humanamente imposible castigar al delincuente con poder.
Ejemplo de peso completo en esta materia es Carlos Romero Deschamps, líder del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. Nada le ha movido un pelo pese a ser paradigma de la estulticia política que padece este país. En nota reciente de Patricia Muñoz Ríos (La Jornada, 8 de diciembre) se enumera la ristra de desmanes perpetrados por este figurón de la mexicana alegría, el mandamás con “el mayor número [en México] de averiguaciones previas, órdenes de aprehensión y de presentación giradas por jueces, así como demandas laborales y civiles”.
Lo pasmoso del caso es el desenfado con el que se mueve este sujeto, la felicidad que le ha de provocar el grado de inofensividad que contra él tienen “las instituciones” y los medios. Pues sí, mientras sus aliados en el poder político, los empresarios y los medios no se alineen en su contra, él, como muchos, puede hacer y deshacer sin el menor escrúpulo, más si el país vive convulsionado en otros contextos, como pasa ahora. Nada mejor para esta fauna que toda la atención se centre en Peña Nieto y en Ayotzinapa, pues así desaparecen ellos del escenario y la polémica.
“Tiene averiguaciones previas abiertas en 1995, 1996, 1999, y del 2001 a la fecha, seguidas tanto por la Procuraduría General de la República, como por la General de Justicia del Distrito Federal. En algunas se involucra la Secretaría de la Controloría y Desarrollo Administrativo (Secodam) y en otras, incluso, a la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade), pues se acusó al dirigente de apoyar campañas políticas con recursos del sindicato”, dice la nota sobre el cabecilla petrolero, y por ese tenor continúa: averiguaciones, acusaciones, litigios, una cascada de emprendimientos judiciales que no ha servido ni para pellizcarle un milímetro cuadrado de pellejo.
Pero el problema no es, aunque suene horrible, Romero Deschamps como caso particular, sino el hecho de que es uno entre decenas de “figuras” públicas que en diferentes niveles se han enriquecido sin coto visible y sin sombra de fiscalización y castigo. Amparados, muchos, por fueros oficiales o extraoficiales —que para el caso son lo mismo—, no cesan de hacer política a la manera tradicional mexicana, es decir, sirviéndose con la cuchara más grande posible, con pala incluso.
Tras leer el acordeón de fechorías imputado a Romero Deschamps se hace obvio que el conflicto de interés exhibido en la increíble y triste historia de Peña Nieto y su esposa sobreactuada no tendrá jamás alguna consecuencia que vaya más allá del escarnio. Para los intocables, como les llamó Jorge Zepeda alguna vez, fue y será siempre más que suficiente una explicación de palabra salida de las vocerías, así que no se detendrán a seguir con las aclaraciones.
La ley aquí es, subrayo, simple: para que alguien caiga en desgracia deben alinearse hacia él, en esa sola dirección, lo tres ejes del poder: la política, el capital y los medios. Si alguno no entra, la impunidad queda garantizada y la broma de mi amigo sigue en pie, indestructible.