sábado, octubre 04, 2014

El Matamoros naciente de 1848




















Cerca de veinte años han pasado desde que trabé un primer contacto con el licenciado Sergio Antonio Corona Páez. Le digo así, licenciado, porque en aquel momento él sólo había terminado su licenciatura en comunicación y ambos nos estábamos conociendo en las aulas donde aspirábamos a conseguir una maestría en historia. Recuerdo al Sergio de aquellos años y asombrosamente es el mismo Sergio con el que sigo conviviendo ahora. No ha cambiado, es un hombre de una sola pieza: trabajador, responsable, educado, justo y sumamente lúcido, tanto que para mí es ya, desde hace varios años, el mejor historiador que nos haya dado la comarca del Nazas.
Para probar esa afirmación no apelo al sentimentalismo que genera la amistad. Sería absurdo que yo dijera eso y para demostrarlo sólo blandiera como argumento que afirmo lo que afirmo porque “así lo creo” o “así lo siento”. No. Sergio es lo que digo porque luego de concluir su maestría y su doctorado en historia, ambos con los máximos honores, ha venido configurando una obra cuyo valor ha sido y está siendo reconocida sobre todo en el exterior. Mientras esa obra se ha topado aquí con una mezquindad pedestre, subterránea, chirinolera y en más de un momento tan perversa como obtusa, en círculos académicos del exterior han sabido aplaudir los avances alcanzados por Corona Páez como historiador de nuestros ámbitos.
Su obra cúspide, su Quijote, lo sabemos, es La vitivinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras, texto con el cual alcanzó el grado de doctor. Ese solo libro bastaría para justificarlo como historiador, pues ante los ojos del mundo académico especializado en estos temas reconstruyó la vida económica y social de Parras en torno al cultivo y usufructo de la vid. Investigadores de España, Francia, Argentina, Perú, Italia, Alemania, Estados Unidos y por supuesto México le han hecho llegar no sólo felicitaciones, sino que lo consideran (lo consideran porque lo es) la máxima autoridad mundial en vitivinicultura del sur de Coahuila.
Ahora bien, ¿Corona Páez es sólo La vitivinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras? Para responder esta pregunta debo hacer un pequeño rodeo. Entre muchas otras, una de las virtudes que arropan a todo historiador consumado es la erudición, ese conocimiento no sólo diverso, sino profundo, que los investigadores de vocación van acumulando año tras año y
que les permite saber de todo un mucho, de suerte que, para poner nomás de ejemplo a Corona Páez, este lagunero entiende obviamente de historia y también de economía, de estadística, de antropología, de genealogía, de lingüística, de teología, de sociología, de arte, de todo lo que en suma ha ido adquiriendo mientras reconstruye con documentos la vida material e inmaterial de sociedades pretéritas.
Así entonces, junto al inmenso saber vitivinícola parrense que le ha granjeado elogios aquí y allá (más allá que aquí, por desgracia), el doctor Corona Páez viene amasando un cúmulo de información ya harto respetable, y nada anecdótico, sobre el pasado lagunero. Sus estudios sobre las etnias que forjaron La Laguna, sobre la cultura que aquí echó raíces, sobre el surgimiento de la economía creada alrededor del algodón y sobre muchos asuntos más, lo revelan como revelador de nuestro pasado, como el investigador que más y mejor ha explicado la larga duración de La Laguna.
No es poco mérito. Aclarar de dónde venimos, quiénes somos, por qué pensamos así, de dónde proviene nuestra mentalidad, qué y cuánto fruto cosechamos, importa un valioso aporte no sólo a la historia en tanto rama de las ciencia sociales, sino al sentimiento de pertenencia que fortalece nuestra autoestima social.
El libro Padrón y antecedentes étnicos del rancho de Matamoros, Coahuila en 1848 es una obra espesa de virtudes. Nuevamente exhibe la obsesiva disciplina del autor, su competencia no sólo como científico, sino también su amor al pasado de La Laguna y su deseo de establecer las coordenadas documentales que nos ayuden a entender de dónde venimos. Con este libro, basado en el padrón levantado en 1848 por Anacleto Lozano, cura-teniente de Viesca, y complementado con la gran pericia genealógica y estadística del autor, se comprueba la hipótesis sobre el engarzamiento, sin solución de continuidad racial y cultural, de Saltillo, Parras, Viesca, Matamoros y, al final, Torreón.
Como el propio autor lo observa, la sola transcripción del padrón hubiera sido útil, así que más lo es con el complemento sobre la calidad étnica (indio, mestizo, español, mulato, lobo, coyote, etcétera) de quienes poblaron el incipiente Matamoros durante el primer tercio del siglo XIX.
Prologado por el profesor Matías Rodríguez Chihuahua, el auspicio de esta edición lo debemos a la Escuela de Ciencias Sociales de la UAdeC en Saltillo y a la Universidad Iberoamericana Laguna. Decir esto así, institucionalmente, es algo abstracto, por eso me parece oportuno señalar que tales instituciones académicas no hubieran apoyado esta edición sin el generoso impulso de Carlos Manuel Valdés Dávila, por la Universidad Autónoma de Coahuila, y de Héctor Acuña Nogueira, por la Universidad Iberoamericana Torreón. A ellos, y al doctor Corona Páez, por supuesto, debemos este nuevo aporte al conocimiento de nuestro pasado común, el pasado multicentenario de la comarca lagunera.

Padrón y antecedentes étnicos del rancho de Matamoros, Coahuila en 1848, Sergio Antonio Corona Páez, UAdeC-UIA Torreón, Saltillo, 2012. Texto leído en la presentación de este libro celebrada en Matamoros, Coahuila, el 17 de abril de 2012. Participamos el profesor Matías Rodríguez, el autor y yo.