Como
en Uruguay y Argentina es imposible hablar de literatura y futbol sin
mencionar, respectivamente, a Galeano y a Fontanarrosa, en México pasa lo mismo
con Juan Villoro (Ciudad de México, 1956). Escritor multipremiado, famoso,
querido por un tumulto de fans y malquerido por algunos que lo miran con recelo
o indiferencia, Villoro se ha colocado mediáticamente como
el-escritor-que-también-escribe-sobre-futbol. Luego de publicar numerosos
artículos, crónicas, ensayos y de aparecer sin tregua en televisión y radio,
además de ofrecer conferencias, mesas redondas o prestarse a entrevistas, este
autor ha dejado constancia de ese gusto en libros como Los once de la tribu (1995) y, el más reciente, Balón dividido (2014). En medio de tal
periodo publicó el título más representativo de su producción con tema
futbolístico: Dios es redondo
(Planeta 2006), racimo de ensayos y crónicas que al parecer no tiene fecha de
caducidad, pues sigue siendo visible en los anaqueles.
Creo
que el éxito de Villoro como escritor se basa en tres aciertos. 1) El interés
real por este deporte, un apego que, se nota, tiene su origen, como casi todo,
en la infancia, en la pica callejera, en el debate con los cuates sobre equipos
y jugadores, en la crónica deportiva que tiene o tuvo, para él, un practicante
totémico: Ángel Fernández; 2) el conocimiento directo, no sólo como lector o
televidente, del ir y venir futbolístico, esto es, su contacto con la gente en
los estadios y su diálogo con periodistas/escritores especializados; y 3) la
buena memoria y una gran agudeza para detectar puntos finos del deporte tanto
en lo estrictamente atlético como en lo social. Este coctel ha convertido a Villoro,
enfatizo, en el-escritor-mexicano-que-también-escribe-sobre-futbol. Aunque haya
muchos otros (Felipe Garrido, Ignacio Trejo Fuentes, Marcial Fernández, Leo
Eduardo Mendoza…) creo que es Villoro en quien piensa la mayoría cuando
relaciona literatura (o escritura en general) con futbol.
Dios es redondo
contiene piezas, en efecto, memorables aunque traten sobre futbol. Desde el
punto de vista genérico poco o nada importa que uno diga “son ensayos”, “son
crónicas”, “son artículos”, pues ya entrados en cada pieza advertimos el
embrujo de un estilo inmejorable para trabajar con esta materia. Acuñador
irrefrenable de imágenes literarias que en cierta adjetivación me recuerda, no
sin un raro hibridismo, a Monsiváis y a Borges, Villoro logra que en una frase
quede dicho más de lo que otros podrían expresar con una parrafada. En este
sentido destaca asimismo su pulso de periodista: sabe que una crónica puede ser
larga y por ello abrumar al lector, de ahí que proceda como a flashazos,
acuñando siempre buenas frases mientras avanza por un hilo conductor que jamás
se rompe. Ejemplifico con tres casos: su comentario sobre Maradona (mejor que
lo que muchos argentinos han escrito al respecto), su estampa sobre Pep
Guardiola (una joya) o su recordación del mencionado Ángel Fernández.
Sospecho
que es difícil ser futbolero y no gustar, no aprender o no quedar gratamente
seducido por las ideas del Villoro “filósofo” del futbol, dicho esto nomás
porque Manuel Vázquez Montalbán, lo sabemos, etiquetó así a los “pensadores”
argentinos del balompié. En resumen, este escritor mexicano logra su cometido: trasladar,
con delicada alquimia, el festivo evangelio del futbol desde la cancha a algo
que para muchos es igualmente grato: la página, ese palmo de papel donde no
juegan once contra once sudorosos atletas, sino palabras, imágenes, recuerdos.
Sí, recuerdos: la materia prima del futbol escrito.