miércoles, abril 23, 2014

Emmanuel Carballo, un cartógrafo













El libro es un librote, tiene 578 páginas y caminó por todo México, a un precio de risa, en 1986, durante el atropellado delamadridato. Su colofón señala algo que hoy no vemos tan a menudo pese a que el país ha seguido creciendo: que su tiraje fue de treinta mil ejemplares. No quiero ni imaginar lo que significa en volumen de papel un libro literario con más de 500 páginas multiplicado por treinta mil. Eso ya casi no se ve. De hecho, yo jamás he admirado tamaña ínsula. Tales tirajes fueron los últimos que recuerdo en materia de difusión nacional de nuestra literatura, en ese caso de la colección Lecturas Mexicanas auspiciada por la SEP en colaboración con varias editoriales del país.
Protagonistas de la literatura mexicana es su título, y no vacilo al afirmar que desde el mismo 86 es un libro que me acompaña. O al revés: es un libro al que acompaño, pues él a mí no me necesita y, en cambio, su contenido es para mí básico, casi como el que puede ofrecer un maestro de tiempo completo. Su autor es Emmanuel Carballo (Guadalajara, 1929), uno de los ahora numerosos escritores que se nos han estado yendo cada media hora.
Se trata de un clásico mexicano del género entrevista. Más: si me apuran un poco, creo que es el mejor libro de entrevistas mexicano de la historia, pues además de que cada pieza es excepcional per se, el conjunto es apabullante, un pozo de referencias y orientaciones como pocos puede haber.
Su primera edición data del 65, y Carballo señala que comenzó a trabajar en él hacia el 58. Por ello, apenas alcanzó vivos a Vasconcelos y a Reyes, quienes murieron un año luego. Además de estos tótems, la lista incluye a Fernández McGregor, Guzmán, Torri, Valle-Arizpe, Jiménez Rueda, Barreda (Octavio G.), Pellicer, Gorostiza, Torres Bodet, Novo, Muñoz (Rafael F.), Yáñez, Campobello, Arreola, Garro, Castellanos, Fuentes, es decir, escritores nacidos entre 1800 y 1930. Podemos sentir que la incorporación de algún “protagonista” es injusta, pero es un hecho que la mayoría fue (es) determinante para agrandar el valor de la literatura nacional. Yo mismo tengo allí mis favoritos (Reyes, Guzmán, Yáñez, Arreola, Castellanos), pero no dejo de apreciar el titánico esfuerzo del joven Carballo por recoger, en amplios diálogos, apreciaciones que si no hubiera sido por su empuje, hoy no tendríamos.
Vi a Carballo una sola vez, esto entre 1987 y 1990, no recuerdo bien. Vino a Torreón para participar en una mesa redonda, o algo así, sobre Torri. Para entonces ya tenía la referencia, claro, de sus Protagonistas…, así que el hombre ya cargaba algo de mítico. Vino acompañado de su esposa, la escritora Beatriz Espejo, y del también crítico Serge I. Zaïtzeff. Quizá me equivoco, pero creo que quien organizó todo fue Felipe Garrido, para entonces casi radicado en La Laguna. El caso es que, mutatis mutandis, Carballo entró al Teatro Isauro Martínez por la avenida Matamoros y casi en la puerta lo saludamos Gilberto Prado, Saúl Rosales y yo. Hubo un cruce cordial de saludos y allí quedó todo, entramos a la presentación y nunca más volví a escucharlo en persona.
En persona no, pero su libro, como ya dije, ha sido una presencia frecuente en mi dinámica de relecturas. Tan frecuente que, como quedó asentado en un tuit escrito tras saber la noticia de su muerte, hace apenas unos días releí el diálogo con Martín Luis Guzmán, una entrevista que todavía, lo repito, huele a pólvora.
Regatear a un crítico, como suele ocurrir, el estatuto de escritor me parece necio. Carballo lo fue, y de los buenos y fecundos. Su gran creación parece la de cartógrafo: trazó coordenadas, indicó el sentido de algunos vientos, orientó. Murió el pasado 20 de abril. Pero como sucede en estos casos: murió pero sigue vivo.