sábado, diciembre 14, 2013

Morena de mar o los primeros oleajes del deseo




















A lo largo de mi vida he tenido la fortuna de conocer a muchos escritores jóvenes. Como en cualquier disciplina artística, deportiva o académica, he visto de todo. Escritores o prospectos de escritores sin talento pero ganosos; talentosos pero sin entusiasmo; sin facultades pero altaneros; dotados para escribir y por ello ensoberbecidos; aptos, rigurosos para trabajar  y muy centrados. De todo. En 1998 o 99 me topé con Daniel Lomas y desde sus primeras cuartillas algo vi que me pareció, como hasta ahora, digno de énfasis: una manera poética y profundamente humana para percibir la realidad. Lo primero que le leí fue poesía, una poesía plena de imágenes relampagueantes, de fogonazos algo vallejianos o jaimesabineanos. Luego leí su narrativa, varios cuentos en los que advertí el pulso de un artista que mira al mundo con azoro y una especie de sutil compasión y un tenue humor frente a los habituales desfiguros de la vida humana. Años después, cuando ya había quedado lejos el taller literario donde me compartió sus primeras tentativas literarias, tuve la suerte, como ahora la tendrán todos ustedes, de leer Morena de mar, su primer relato con aliento novelístico.
Tras leerlo me he felicitado por el buen ojo que he tenido al creer siempre en las virtudes literarias de este autor. Sin renunciar al derecho penal, su especialidad profesional, lejos siempre de grupos y de aparadores, Lomas ha sido leal al joven que conocí como estudiante, pues sin pausa se ha entregado a la lectura gozosa y atenta de excelentes libros y a la escritura de poemas y relatos que, como le he dicho siempre, serán recibidos con beneplácito a medida que vayan viendo la luz editorial.
Baste como ejemplo lo que nos depara Morena de mar, una novela que se deja leer harto placenteramente. Lo primero que gusta al ingresar en ella es el cadencioso flujo de la prosa, un ritmo que poco a poco nos cautiva e impide que la abandonemos. Creador, como ya dije, de imágenes certeras, Lomas es un gran observador de los detalles, y a todos les saca jugo, tanto que en cualquier párrafo hallamos una entonación que, sin desviarnos de su empeño narrativo, siempre tiene una voluntad de estilo cercana a la poesía. Por ejemplo, este pasaje casi del arranque:

Justo en ese momento varias muchachas cruzaron correteando por la terraza del hotel. Era un grupito de diminutos bikinis. Triangulitos de bikinis que se apretaban fieramente contra las nalgas. Colas de caballo cayéndoles sobre las nucas. La tez bronceada y turgente. Como un barullo, las chicas pasaron por la terraza loquitas de la risa y dejaron tras de sí una estela de alegría: el inconfundible aroma de la juventud. Mi padre, escondido detrás de unos negros lentes clandestinos, las siguió con los ojos torciendo el cuello lo más que pudo, como un avestruz, y dijo:
—Por qué no sueltas el libro y las sigues. Míralas, güey, míralas.

Mientras uno lee, pues, asiste al espectáculo de una prosa medida, equilibrada, sobria y al mismo tiempo alegre, viva, una prosa que comunica no sólo las peripecias de los personajes, sino una atmósfera donde cunden emociones de todas las coloraturas.
Pero más allá de esa virtud, que es la primera de las virtudes que solemos demandar a cualquier narrador, Lomas tiene la capacidad de irnos inquietando a medida que volvemos las páginas de su libro. Un viaje a Mazatlán, el del personaje narrador con su padre, sirve de pretexto para introducirnos al mundo del despertar sexual, que casi es lo mismo que decir del despertar a la adultez. Uno siente allí, por supuesto, la resonancia de Las batallas en el desierto: un hombre ya de cierta edad nos cuenta su experiencia en aquel lejano viaje al litoral mazatleco. Lo hace a sabiendas de que, por más que lo quiera, el chico de la historia ya no es el adulto que narra. O, dicho de otra manera, es y no es, y esta ambigüedad imprime en el relato un juego permanente, una especie de estructura de cajas chinas armado no tanto con las anécdotas, sino con la perspectiva del narrador. El narrador Lomas cede la palabra al personaje narrador adulto que a su vez cuenta las andanzas del mismo personaje narrador cuando era joven y se topa con el apabullante mundo del erotismo encarnado, muy bien encarnado, por Matilde.
Unos cuantos días son entonces recordados por el personaje narrador adulto, aquellos en los que él, de jovencito, de cuasi adolescente, estuvo en Mazatlán en compañía de su padre y vivió un primer y repentino encontronazo con la felicidad sexual. Con esta anécdota, Lomas parecía tener la mesa puesta para regodearse con escenas salivosas y seminales, para llevarnos de la mano hacia los terrenos del voyeurismo tres equis. No lo hace. Antes bien, reprime un poco a su personaje, lo hace dudar muy coherentemente, por su edad, cuando se enfrenta a Matilde, quien experimenta asimismo, dadas las circunstancias de su vida, una especie de reticencia en sus acometidas a la juvenil bragueta que el destino le puso en Mazatlán.
El padre y sus maromas etílicas y sexosas, siempre con el eterno portafolios, aparece en Morena de mar como contrapunto tragicómico de la poesía y el delicioso desconcierto encerrados en el encuentro del joven con Matilde. Se trata, por todo, de un relato entrañable, de una primera novela que a mi parecer nos pinta a Daniel Lomas como lo que es: un estupendo narrador.

Morena de mar, Daniel Lomas, Dirección Municipal de Cultura de Torreón, Torreón, 2013, 105 pp. Comentario leído el 28 de noviembre de 2013 en la presentación de este libro celebrada en el Museo Regional de La Laguna. Participamos Enrique Sada, el autor y yo.