sábado, mayo 27, 2023

Una anécdota viva


























De vez en cuando reencuentro anotaciones, apuntes, bocetos y demás en las entrañas de mi computadora. Son borradores inéditos, ideas sueltas que, a la manera del diario personal no de papel sino digital, captan un pedacito de vida cotidiana. En este caso es una anécdota de hace diez años, inédita; viene a continuación y creo que sigue sugiriendo un buen proceder de parte de los padres y sus hijos:

Aunque se base en una anécdota personal del martes pasado, el tema nos atañe a todos, no sólo a quienes vivimos ya el privilegio/desafío de ser padres. Narro. Iba en el coche con mis hijas rumbo a su escuela, temprano. La de doce años llevaba una cartulina hecha tubo, y en un semáforo preguntó que si podía mostrármela. Le dije que sí. Al verla, traté de no exhibir ningún azoro, y pensé que se trataba de algún tema contenido en la unidad equis de cierta materia vinculada con lo social. Sólo dije que estaba bien y ya.

En realidad eran dos cartulinas, y ambas abordaban el mismo asunto: “El matrimonio entre personas del mismo sexo”. La niña me informó que era para una exposición en equipo que ofrecerían el jueves en el salón de clases, así que llevaba las cartulinas para que la maestra les diera el visto bueno. Todavía con interés intencionalmente mediano, le pregunté que dónde, en qué libro de texto, veían ese tema. Me daba íntimo gusto, por supuesto, que los libros de texto ya asumieran ese tópico como parte de lo que se debe plantear y debatir en la adolescencia.

Yo estaba seguro de que mi hija contestaría algo así: “Es del libro de educación tal, unidad tal”. Pero no, su respuesta fue deslumbrante: “No viene en ninguno de los libros. La maestra dijo que eligiéramos nuestra exposición de manera libre, y si ella no hubiera estado de acuerdo, no hubiera sido libre. El tema lo propuse yo, y mis compañeros y compañeras de equipo lo aceptaron”. Debo decir que en ningún momento percibí morbo o una curiosidad anómala en esta conversación, y me cuidé de no parecer demasiado inquisitivo, aunque tampoco indiferente. El jueves se dio la exposición, les fue muy bien, y fin, no pasó nada.

Lo que veo detrás de esto es mucho más de lo que ocurrió, claro. Veo un cambio de mirada respecto de un asunto que en la niñez de quienes pasamos, no sé, los cuarenta años, no sólo era imposible tratar, sino siquiera pensar como posible, como “tema”. Jamás, que yo recuerde, y eso que estuve en puras escuelas públicas, hablamos sobre homosexualidad de manera frontal, en el grupo; jamás en las conversaciones privadas de los patios escolares dialogamos sin tomar el tema a broma o sin hacer sátira del compañero o compañera, o maestro o maestra, que estuvieran bajo sospecha colectiva.

Más allá de que sólo sea un abordaje esporádico, una anécdota y no la unidad específica de un libro de texto en el área de “ciencias sociales”, me dio gusto saber que cuatro niñas y niños de doce años expusieron frente a su grupo, hayan dicho lo que hayan dicho, un asunto que, como tantos otros, debemos orear sin miedo hasta alejarnos del tratamiento añejo: el del secreto, el de la burla o, principalmente, el del silencio.