sábado, septiembre 07, 2013

Más allá del sueño y de la piel




















El amor, quién no lo sabe, es inagotable como tema literario. De hecho, si me apuran a opinar, es el tema que más páginas ha suscitado y seguirá suscitando, pues no hay pasión que se le pueda comparar en poderío como motor de combustión interna. A estas alturas, por ello, parece una osadía arrimarse a ese bocado, pues se corre el riesgo de repetir y repetir lo mil veces repetido en todas las literaturas.
Pero es inevitable: el amor detiene los sentidos del artista y no tiene más remedio que aceptarlo, y escribe (o pinta, o filma, o canta) sobre el tema infinitamente escudriñado. Es aquí, creo, cuando se hace necesaria una condición: que el creador, para que no suene hueco, sea movido por una pasión profunda y genuina, tan fuerte como sea posible. De lo contrario, creo, su exhibición del amor será poco atractiva y por tanto prescindible. El amor, pues, es el único tema que exige incluso hasta cierta irracionalidad, la misma que, si nos fijamos bien, ponemos en práctica cuando practicamos el amor no sobre la cuartilla, sino sobre algún lecho más o menos cómodo, aunque también pueda ser desahogado en el asiento trasero de un Volkswagen.
Los poemas de Miguel Amaranto, arracimados en el título Más allá del sueño, me confirman esta hipótesis. Podrá uno reclamarles lo que sea, menos intensidad, fervor, entrega. A cada tranco, este poeta peruano cuya radicación lagunera ya va para una década, nos pincela una instantánea de su emoción íntima. Verso a verso vemos que la llama doble (que a decir de Paz es el encuentro amoroso) se mantiene  anudada y arde como constancia de una realización más allá de la hoja.
Amaranto se vuelca en imágenes que celebran la incandescencia de la carne. Sabe que el amor humano pasa necesariamente por la piel, pero también que la carnalidad es apenas un pasaje hacia el misterio. Hay algo más allá del cuerpo, entonces, algo que se cubre de misterio y es inefable. Por eso expresa:

Mirar tu desnudez no sólo
satisface todas estas emociones:
me invita a descubrir
que la naturaleza halla una madre en ti:
que Dios tiene cuerpo de mujer.

Ese poder del magnetismo físico de la carne es lo que lleva al poeta a la estupefacción. La carne tiene tal gravitación en la consciencia que trasciende su puro ser material y se convierte, dentro del amor, en un motivo para el éxtasis, en un espacio con características de santuario, de espacio en el que habrá algo de sacrílego cuando llegamos al contacto:

Quisiera saberte desnuda en el vacío,
que nada te roce,
ni siquiera mis ojos te roben luz.

Esa mirada que se rinde a la mujer deriva, claro, en la veneración. El amante se admite, así, esclavo de su pasión, como en el poema que da título al libro:

Quiero tomarte de la mano y llevarte a tientas sin saber a dónde
caminar sin medir el temor de hallarnos perdidos en luces ajenas a nuestra sombra.
Y desnudar, al fin, tu voz en el rincón del mundo que nos acoja.

Saberte poderosa frente a todo lo que obstruya el flujo de tu fuerza
y sumisa ante aquello que nos tienda en el deseo.
Entonces consagrarte diosa de mi reino y ofrecerme esclavo a tus anhelos.

Con gusto he leído estos poemas. Su desnudez es sincera y nos invita a celebrar dos ritos: el de leer y emocionarnos, y el de amar y percibir el aroma de la eternidad en ese trance.

Texto leído en la presentación de la plaqueta Más allá del sueño que se celebró en centro cultural El Xamán el 3 de julio de 2013. Participamos Gerardo Monroy, el autor y yo.