lunes, marzo 04, 2013

Zapatos rotos













Llego a casa luego de esperar media hora a mis hijas afuera de su escuela. Hace calor y el hambre ya pega, lo que deriva, como siempre, en una sensación de estrés que todo lo acelera y ennegrece, empezando por  el humor. Al cerrar la puerta del coche veo que casi tengo encima a un tipo viejo y desarrapado, andrajoso, un indigente. El fulano me aborda, noto cierto susto en mis hijas, que se protegen detrás de mí. El tipo habla fuerte, explica que en el campo hay desempleo y hambre y no sé qué tanto más. Sin pausa, levanta un poco el pie y me muestra su zapato roto, como un tiburón con la inmensa boca abierta. Me pregunta si tengo unos zapatos viejos que le regale. Yo me siento muy cansado, apurado por llegar y ver qué con la comida del mediodía. Para acabar pronto con la interrupción, sin decir nada todavía, me rasco en el bolsillo y localizo una moneda de cinco pesos. La saco y se la doy. Apenas alcanzo a soltar unas cansadas palabras.
—Tenga, para una Coca.
El tipo me mira como con distancia, un poco ofuscado, y responde.
—No, no agarro dinero. Lo que necesito es que me ayuden con unos zapatos usados.
Me quedo con la moneda en el brazo extendido mientras el andrajoso se va. Siento gusto por haber vivido ese maravilloso desdén.