martes, octubre 30, 2012

Diego desde el centro de Diego




















Hace poco más de diez años publiqué en un fugaz periódico universitario de La Laguna este apunte sobre el libro Yo soy el Diego. Luego lo reproduje en otros dos lugares, pero no está en este blog. Hoy lo subo porque de momento no tengo nada para piropear a uno de los personajes que más grande y frecuente alegría me producen: Maradona, quien hoy cumple 52 años. Sé que es enfermizo el rollo de gastar, cada mes, cada mes y medio, una hora de tiempo viendo videos en You Tube con jugadas, goles, entrenamientos y más donde este cabrón enano me aproxima a la poesía escrita con futbol. No entro en debates sobre Pelé, Cruyff, Messi, Ronaldo y todos los demás. Para qué hacerlo, pues admirar a Maradona no excluye en mí otras sinceras admiraciones. Pero por una cuestión de gusto, de química o de lo que sea, Diego es para quien esto escribe el grado máximo al que se puede llegar en materia de futbol, y eso ya nadie me lo saca del corazón. Va pues la vieja reseñita:

Diego desde el centro de Diego
Una vieja costumbre del mundo es la de buscar al número uno de tal o cual actividad. En el deporte, Michael Jordan es, por unanimidad, el mero mero del basquetbol; Babe Ruth lo es del beisbol; Mohamad Alí del box, Sergei Bubka del salto con garrocha, Javier Sotomayor del salto de altura y Francisco Pipín Ferrara del buceo; en otros casos, hay división de pareceres: Bjorn Borg tal vez lo sea del tenis, Carl Lewis del atletismo, Emerson Fittipaldi del automovilismo. Por supuesto, otras áreas del quehacer humano también tienen a sus insuperables: nadie puede igualar a Gandhi como paradigma de pacifismo, así como nadie se equipara a Hitler como estandarte de la barbarie política. El mundo se entretiene buscando al hombre más representativo en cada actividad.
Con el futbol, el deporte más popular inventado por la humanidad, los juicios se bifurcan. Para un sector de la tribuna universal, Pelé es sin asomo de titubeo el máximo exponente; brasileño que hacía magia con el balón, Pelé anotó chorrocientos mil goles, ganó campeonatos del mundo y se convirtió durante algunos años en el indiscutible icono del balompié. Pero a finales de los setenta llegó Maradona y, con ello, el soccer mundial comenzó a dudar de la supremacía establecida por Edson Arantes. Muchos —este reseñista se cuenta entre ellos— dieron su juicio a torcer por Diego Armando y hasta la fecha se mantienen firmes en la opinión que postula al Pelusa de Villa Fiorito como el número uno del futbol.
Yo soy el Diego es la autobiografía de Maradona (Buenos Aires, 1960) recientemente publicada. En ella, el argentino describe con minucia, paso tras paso, su accidentada y maravillosa trayectoria como jugador activo. El Pelusa condensa en este libro sus primeros cuarenta años de vida, su nacimiento en Villa Fiorito —arrabal que vio sus gambetas inaugurales—, su paso por los Cebollitas, su llegada al Argentinos Junior, su pase al Boca, su arribo al Barcelona, su noticiosa lesión, su traspaso al Napoli, su campeonato del mundo, su regreso a Buenos Aires, su fugaz presencia en el Sevilla, su retiro y en medio de todo ese ajetreo las entrevistas, los infundios, las zancadillas, el aplauso cerrado, los millones de dólares, la sordidez de las drogas, el amor por sus hijas, su afección cardiaca, su recuperación en Cuba, su admiración por los barbudos de la Sierra Maestra, su tremenda, su imantada personalidad dentro y fuera de las canchas.
Aderezado con una discreta cuota de fotografías, Yo soy el Diego es un espléndido recorrido por los escondrijos de la fama. Escrito con prosa limpia pero que a veces se excede en argentinismos futboleros, este libro divierte, emociona y conmueve, pues en el centro del escenario no vemos al ídolo de las gramillas, sino al indefenso ser humano que fue, que es Maradona, un pibe que de Villa Fiorito, un barrio miserable como tantos en América Latina, saltó a la conquista del mundo con esas piernas cortas e inusitadas que fueron capaces de todo, porque cuando Maradona se calzaba unos tacos y tenía un balón enfrente, todo, absolutamente todo era posible. El gol contra Inglaterra en México 86 obvia cualquier elogio adicional.
Apoyado en dos muletas, los periodistas Ernesto Chelquis Bialo, de Uruguay, y Daniel Arcucci, de Argentina, Maradona dibuja en Yo soy el Diego, su entrecomillable “autobiografía”, el perfil de un joven que desde el misérrimo arrabal subió a lo más alto, que luego descendió a los infiernos de la cocaína y que ahora, con madurez y entereza, nos cuenta qué se siente tocar esos extremos.

Yo soy el Diego, Diego Maradona, Ernesto Chelquis Bialo, Daniel Arcucci, Planeta, Buenos Aires, 2000, 319 pp.