miércoles, junio 27, 2012

Inagotable quijotismo en Saúl Rosales



Escritores quijotistas me llegan de inmediato a la cabeza: Goethe, Heine, Thomas Mann, Destoievski, Víctor Hugo, Unamuno, Graham Green, Mark Twain, Alejo Carpentier, Alfonso Reyes, Borges, García Márquez, Vargas Llosa y, por supuesto, el recientemente ido Carlos Fuentes, quien por cierto declaró más de una vez que celebraba el rito espiritual de releer cada año la gran novela de Cervantes. Estos y varios famosos escritores más han ponderado como extraordinaria la calidad del Quijote, sus incuantificables aciertos, su condición de libro imperecedero. Tan lo es que no existe obra humana de ninguna índole, ni arquitectónica ni tecnológica ni nada, que haya convocado igual unanimidad en el elogio y un número de juicios siquiera aproximado al que recoge año tras año, desde hace siglos, el relato cervantino.
Este caudal enorme de aproximaciones, que por grande parece haber agotado sus posibilidades, no deja de crecer en todas las lenguas y a propósito de todas las temáticas. En efecto, el Quijote es un libro generador de libros, acaso la historia mejor escudriñada de cuantas ha producido una imaginación humana. Cuento anecdóticamente, y sólo para traer un ejemplo, que hace cerca de 25 años di con un libro donde se vinculaba al Quijote con la medicina. Recuerdo que para entonces yo ignoraba la frecuencia de esas implicaciones. ¿Cómo —me preguntaba— , el Quijote puede ser algo más que un divertimento narrativo? El paso de los años y otros hallazgos de esa índole me confirmaron que la obra de Cervantes en general, y el Quijote en particular, era desdoblable: podía ser literatura, divertida literatura o banquete filológico nomás, pero también era, por su poder sugestivo, lo que deseáramos interpretar, lo que quisiéramos adaptar a nuestros propósitos siempre y cuando estuvieran atravesados por una sentido enaltecedor del tema o el oficio al que quisiéramos asimilar la andante caballería, esa andante caballería extinta ya en tiempos de Cervantes, pero metafóricamente viva en toda actividad cuyo objeto, cuya orientación, cuyo fin sea ayudar, socorrer, cuidar, proteger, salvaguardar al que lo necesite con mayor urgencia.
Así entonces, aquel libro donde se hermanaba al manchego con la medicina no podía ser más atinado, como luego entendí. Más allá de que en la actualidad éste o muchos otros oficios no sean precisamente quijotescos, lo cierto es que en términos ideales un médico es mejor en la medida en la que antepone su vocación de servir a su urgencia de servirse, de enriquecerse usando como medio el dolor ajeno.
Saúl Rosales, puedo decirlo desde ya, es el más importante cervantista lagunero. En 2010 publicó Un año con el Quijote, libro que congrega los artículos por él escritos durante los doce meses celebratorios del cuarto centenario de la edición príncipe impresa en 1605. Hoy, a su generosa obsesión suma Don Quijote, periodistas y comunicadores, libro en el que aproxima la figura del caballero a la de los actuales difusores de información y opiniones. Como lo hizo el médico ya mencionado, Saúl Rosales, quien ha sido periodista y maestro de varias generaciones de estudiantes de comunicación, acerca el quehacer del hombre de La Mancha al de quienes, con diferente rocín y diferentes armas, también tienen, en teoría, en el plano de lo ideal, la obligación irrenunciable de buscar la verdad en la inmediatez de la vida cotidiana, de articularla en vertiginosos mensajes y de comunicarla para que mediante tal ejercicio sea posible desfacer entuertos y socorrer, sobre todo, a los menesterosos de nuestra hora.
Se trata pues de un libro movido por un brazo de palanca ético. Saúl Rosales no esconde en estas páginas su deseo de mostrar que en el hético y ético Quijote y su oficio cuadran, mutatis mutandis, sutiles y valiosas directrices para el desempeño del comunicador. El autor entiende la importancia de esta profesión, conoce sus puntos flacos, la facilidad con la que a veces una vocación sana de periodista se tuerce por el pragmatismo o la venalidad, que conducen casi en automático al ejercicio cínico de la mentira y el ocultamiento. Rosales, lector atento del Quijote, extrae del caballero andante una miscelánea de lecciones que todo comunicador bien nacido puede apropiarse y usar como adarga, como escudo ante las acometidas del poder que aspira siempre a corromperlo.
El método elegido por Saúl Rosales es sencillo, amable con el lector, puedo decir que hasta práctico si consideramos que su lectura es lineal, es decir, que avanza de acuerdo a lo que cada capítulo del Quijote, en orden, le insinuó. Luego de ponderar en el prólogo el valor del periodismo, actividad nacida casi al mismo tiempo que Cervantes, avanza en cerca de cien pasajes breves, de una cuartilla o poco más, por los capítulos de las dos partes del Quijote. Cada una de las reflexiones es encabezada por un epígrafe detonador, cita textual breve en la que apoya sus comentarios. Dicho de otro modo, el escritor lagunero va glosando ciertas afirmaciones del Quijote y las asocia, resementizadas, al quehacer del comunicador actual. Como dije hace algunos renglones, las palabras que don Quijote enuncia para referirse a sus viejos y en apariencia caducos empeños, son discretamente (uso para el caso el sentido antiguo de la palabra discreción, como lo recuerda el autor en la página 117) acopladas por Saúl Rosales a nuestro época y al oficio de comunicar. La verdad, la valentía, el respeto, la solidaridad, la honra, la inteligencia, la responsabilidad y muchos otros valores caros a la caballería andante, deslizados con humor y buena prosa por Cervantes, aquí se tienden como puentes hasta nuestro tiempo para orientar al periodista, para guiarlo ahora que, parece, en esta y en muchas otras profesiones se olvida el ideal de ser útil a la sociedad, y, en sentido inverso, son fomentadas las nociones nada quijotescas del individualismo y la mezquindad.
Don Quijote, periodistas y comunicadores, es por todo un paseo múltiple: por el libro de Cervantes, por la comunicación como actividad fundamental en las sociedades contemporáneas y por las llanuras de la ética siempre necesitada de andantes caballeros o de andantes periodistas y comunicadores.

Comarca Lagunera, 26, junio y 2012

Nota del editor: Texto leído en la presentación de este libro celebrada ayer en la biblioteca municipal de la alameda Zaragoza, Torreón. Participamos Angélica López Gándara, el autor y yo. La foto que encabeza este post es cortesía de Luis Rogelio Muñoz Vargas, mi bróder. Esta publicación contiene viñetas de Tábata Ayup y fue cuidada por Ruth Castro.