domingo, febrero 26, 2012

Canción de tumba o el arte de ver morir



En la literatura mexicana no es frecuente la bildungsroman o novela de aprendizaje, aquella narración cuya abuela más lejana quizá sea El Lazarillo de Tormes y se caracteriza por mostrarnos la o las etapas de crecimiento, de formación, de un personaje generalmente niño o adolescente. Sospecho que en nuestro país la más famosa y la que entronca mejor con este tipo de relato es De perfil, de José Agustín. Otras podrán tener fama parecida, pienso por casos en Las buenas conciencias y en Uno soñaba que era rey, de Carlos Fuentes y Enrique Serna, respectivamente, pero sin duda el más logrado ejemplo de historia donde un joven nos muestra el proceso de su buena o mala (generalmente mala) educación sentimental lo hallamos en la precozmente revolucionaria novela del ondero acapulqueño.
Pues bien, una casualidad ha querido que otro acapulqueño avecindado fuera de Acapulco, el saltillense Julián Herbert, haya escrito una novela de construcción y con ella haya alcanzado hasta el momento, creo, su máxima medida como escritor. El libro al que me refiero es Canción de tumba, obra con la que Herbert se agenció por mayoría, en 2011, el premio Jaén de novela que determinaron, entre otros jurados, los escritores Rodrigo Fresán y Marcos Giralt Torrente.
Julián Herbert, bien conocido en La Laguna sobre todo por las huestes literarias, es autor, entre otros, de los poemarios El nombre de esta cosa, La resistencia, Kubla Khan y Pastilla camaleón; de la novela Un mundo infiel y del libro de cuentos Cocaína (Manual de usuario); ha publicado además un buen número de libros compilatorios y antológicos, ha coordinado colecciones y ha ganado los premios nacionales Gilberto Owen, los premios nacionales de cuento Juan José Arreola y Agustín Yáñez. Parte de su obra ha sido traducida al francés, al inglés, al alemán, al portugués y al árabe. También ha sido becario en varias ocasiones, como cuando lo fue para ser miembro del Sistema Nacional de Creadores.
Un desafío enorme se impuso Herbert al encarar el proyecto de Canción de tumba. El libro dice por allí, dentro y fuera del relato, que fue escrito con el apoyo de una beca. Pues con ella o sin ella, puedo decir, es un relato espinosamente difícil, pues en todo momento, sin excepción de página, sentimos el peso que representa contar una vida repleta de flecos autobiográficos trepados, no sabemos con qué secretas porciones de verdad y ficción, sobre la circunstancia vertebral del relato: la agonía de una madre en una cama de hospital y el amor/odio de un escritor que mientras ve el ocaso de su progenitora reconstruye su pasado trashumante debido a las andanzas putañeras de quien le dio la vida.
Borges declaró alguna vez que le gustaban los relatos salpicados con detalles “circunstanciales”. Por supuesto que decir circunstanciales es mentiroso, pues las vicisitudes de un relato no ocurren por sí solas, sino que son gobernadas por el autor, se supone, conscientemente. Lo que quiso decir el argentino es que la calidad de un relato aumenta en interés cuando discurre como si nada, como marcha la vida, apiñando alrededor de nosotros millones de circunstancias menudas más o menos insignificantes. Un escritor, pues, cuando tiene verdadero olfato narrativo, elige las circunstancias y logra que, pese a que muchas pueden parecer insustanciales, vayan configurando ora la atmósfera, ora el perfil psicológico de algún personaje, ora la orientación de la trama. Herbert le metió colmillo a este asunto y nos colocó ante una circunstancia eje de suyo atractiva y tan cercana a la inverosimilitud que en todo párrafo nos mantiene atentos al qué dirá el personaje narrador que es juez y parte en esta historia: estamos ante la metaliteraria presencia de una novela multigenérica que sabe que es una novela que a su vez se está escribiendo delante de una mujer agónica cuyo pasado no es, precisamente, el más intachable desde la perspectiva de una axiología convencional. El hijo que narra sin pelos en la pluma sabe que su madre, la madre que allí está, vieja y llena de mangueritas de hospital y olor a medicamento, ejerció de puta y sin saberlo edificó (en el sentido menos moralista que este verbo pueda tener) no sólo la vida del personaje narrador, sino la novela que el personaje narrador está escribiendo dentro de la misma novela.
Sobre esto traigo un párrafo esclarecedor; aparece en la página 39, y declara con desgarradora belleza lo que creo es una condensación en diez renglones de toda Canción de tumba, de su sentido y hasta de su método: “Escribo para transformar lo perceptible. Escribo para entonar el sufrimiento. Pero también escribo para hacer menos incómodo y grosero este sillón de hospital. Para ser un hombre habitable (aunque sea por fantasmas) y, por ende, transitable: alguien útil a mamá. Mientras no esté abatido podré salir, negociar amistades, pedir que me hablen claro, comprar en la farmacia y contar bien el vuelto. Mientras pueda teclear podré darle forma a lo que desconozco y, así, ser más hombre. Porque escribo para volver al cuerpo de ella: escribo para volver a un idioma del que nací (…) Quiero aprender a mirarla morir. No aquí: en un reflejo de tinta negra…”.
En ese trance, el trance de quien ve morir a la persona más importante de su vida para bien y para mal, nuestro narrador engarza mil y una peripecias que poco a poco, de exabrupto en exabrupto, de mierda en mierda, de heroicidad en heroicidad, configuran un relato que si no fuera porque la posmodernidad ha desacreditado esta palabra, me atrevería a llamar conmovedor, humano, profundamente humano pese a su cáscara en apariencia cruel, inmoral, despiadada. Pero es lo contrario: Canción de tumba es una canción a la vida, a la formación en la vida, pese a que ella sea por lo regular, casi sin excepción, pus y dolor.

Comarca Lagunera, 23, febrero y 2012

Canción de tumba, Julián Herbert, Mondadori, México, 2012, 206 pp. Texto leído en la presentación de Canción de tumba organizada por la Secretaría de Cultura de Coahuila y el Teatro Isauro Martínez, cuya Galería fue sede de esta actividad. La presentación fue celebrada el 23 de febrero de 2012 y en ella participé junto al autor.