viernes, octubre 07, 2011

Esquirlas de Julio Estefan



Prólogo al libro La señal inválida, de Julio Estéfan, La aguja de Buffon Ediciones, Tucumán, 2011, 79 pp.

La señal inválida, tercer libro de microrrelatos organizado por Julio Ricardo Estefan (1963, Monte Buey, Marcos Juárez, provincia de Córdoba, Argentina), reitera la exigencia que el autor se impuso en los dos anteriores (La excepción a la regla y Juegos de superhéroes), a saber, el deseo de que sus esquirlas narrativas fueran lo suficientemente punzantes como para atravesar la sensibilidad del lector que hoy es, para bien, menos amable que escéptico e inquisitivo. En efecto, Estefan ha logrado en sus dos anteriores libros que el microrrelato lance múltiples puyazos y permanezca en la memoria de quien lo recorre como algo grato, como algo que mueve a contento y reflexión.
Nunca es fácil conseguir que un libro quede armado con una cuota suficiente de méritos; más común es lo contrario: publicar casi con impotente resignación para, como decía Reyes, no pasarnos la vida corrigiendo. En este sentido, más complicado tienen el panorama, creo, los escritores que deben articular libros cuyo contenido necesariamente fuerza una lectura intercortada, viable a trancos más o menos cortos. Quizá allí está una de las razones que explica el éxito de la novela frente a otros productos literarios. En el relato de largo aliento, el lector siente un flujo que acumula y al mismo tiempo comprime el efecto que estallará, lo suponemos, siempre lo suponemos aunque no se dé, en las páginas finales. El sosegado paso marcado para llegar al estallido climático es al mismo tiempo una especie de comodidad: aunque interrumpan la lectura y usen el separador y vayan a dormir y luego a trabajar, los lectores saben que la historia continúa, y que de alguna forma ellos siguen allí, co-creándola hasta el cierre definitivo del relato.
Los libros de poesía y de cuento, en cambio, deben ganar por nocaut en cada round, es decir, deben ganar con un martillazo en cada poema y en cada relato o microrrelato, porque de lo contrario su sentido, su orientación, su tono, quedará difuso o tristemente pálido, al final, en la porosa memoria del lector. Tal vez un grupo de poemas o de cuentos no sea, uno por uno, gancho al hígado, golpe de nocaut, pero debe aspirar a serlo no sólo para acatar la famosa metáfora de Cortázar, sino para que al aterrizar en la última página los lectores puedan sentir la gravitación del libro como un todo, un cierto efecto unitario que confiera densidad en el recuerdo a la experiencia receptora.
No por otra razón he sostenido que, dicho esto de manera harto simplista, una novela suele ser un proyecto de escritura más desafiante que un cuento o un poema, pero también que el libro de cuentos o de poemas, si aspira a ser algo más que dos o tres piezas memorables y hermosamente esporádicas, debe ser más exigente que cualquier novela e imprimir todo el punch posible en cada pieza.
Tal es, precisamente, el vigor que noto en cada página de La señal inválida. Estefan entiende, y entiende demasiado bien, que uno o dos o tres logrados microrrelatos aleteando entre las ochenta y tantas páginas de su libro no harían verano, de ahí que proceda como deben proceder los escritores de este tipo de obras: organizar el conjunto de acuerdo a un sutil plan vertebrador y trabajar cada pieza como si fuera a ser la única inquilina del recinto. En esos dos criterios se ha basado el autor para cuajar un libro que aspira a ser estimable, éste.
El recurso reiterado y visible aquí es el juego con dos perspectivas del narrador, ambas explícitas en el título de las estancias. ¿En cuál de las dos se cosecha mejor fruto? ¿Es importante reparar en este detalle al momento de escribir y de leer microrrelatos o podemos tramar cualquier historia, indistintamente, en tercera o en primera? Por mi inclinación a la narrativa de corte confesional, siento más cercanas y por ello más filosas las escritas “En primera”, sin demérito, claro, de las ubicadas en el tramo inicial. El lector hallará sin mayor indicación las piezas destinadas a su aprecio, aunque es necesario advertir, desde ya, que la mayoría, salvo cuatro o cinco, cierra su sprint de palabras con pinceladas de humor sustentadas en referencias cultas o populares, en resemantización de lugares comunes o retorcimientos lingüísticos que ya comienzan a ser clásicos en la confección de brevedades.
La señal inválida de Julio Ricardo Estefan es, en suma, una señal válida, rotunda, de la belleza y el vigor alcanzados por el microrrelato en la Argentina, género que entre Estefan y muchísimos otros notables cultores de su país han ayudado a propagar en el enorme universo de la literatura hispánica.

Torreón, Coahuila, México, marzo y 2011