miércoles, octubre 27, 2010

Maestro David



No todos los maestros se encuentran en las aulas. Hay otros que llegan por los libros, por los tratos al principio casuales en el café, por las circunstancias laborales y en fin, por los mil vericuetos del azar. Ya he dicho en otro momento que reconozco tres magisterios determinantes en mi vida. Uno de ellos es el de David Lagmanovich, quien gracias sobre todo al correo electrónico fue mi maestro y amigo durante poco más de una década. David murió ayer a los 83 años en la ciudad de Tucumán, Argentina, y me deja sin duda un boquete en el corazón. Siento su pérdida como un hachazo, como una mutilación de mi propia existencia. David me hubiera pedido que no fuera amargo, que no hiciera tangos, que eso de la muerte es algo mucho más sencillo de lo que imaginamos y que debemos tomarlo siempre con menos dramatismo.
Lo vi tres veces en persona, todas en su país: en 2004, en Tucumán; en 2007, en la misma ciudad; y en mayo de este 2010, en Buenos Aires. En esos tres encuentros fue conmigo un dechado de amabilidad y fineza, un generoso conversador en el poco rato que pudimos trabar charla. Recuerdo que me invitó a comer cuando cumplí, exactamente un domingo, 40 años, onomástico que me tocó vivir en Tucumán. Pero más allá de las pocas oportunidades que tuvimos de vernos está el inmenso trato postal que sostuvimos. Desde, creo, 1999 comenzamos una relación epistolar que cesó el sábado pasado, día en el que me llegó su última carta. Durante diez años y pico nos escribimos con asiduidad, a diferentes ritmos, siempre con el mismo deseo de saber lo que hacía el otro y de compartir ideas sobre literatura, periodismo, música y vida.
No miento si afirmo que las cartas de David son uno de mis más apreciados acervos postales, o el más, para decirlo ya. Conté velozmente el número de cartas y la cifra anda arriba de 500. Perdí las primeras, pues allá por 2002 se saturó la dirección electrónica con la que comencé en Yahoo mi intercambio epistolar. Eran tiempos de cupo limitado en el servicio de mail, así que al abrir otra cuenta olvidé la primera que luego se disolvió en el ciberespacio. El resto de las cartas, que de todos modos es grande, está bien resguardado y es al menos para mí un ejemplo de respeto por la forma de la carta clásica; como yo, David era obsesivo de esos detalles. Jamás inició una carta sin saludo, jamás escribió con puras mayúsculas o minúsculas, solía usar hasta la convención de las cursivas para títulos de obras y siempre se despidió como lo que era, un hombre educado a la antigua pero sin rayar en el almidonamiento.
La carta del sábado pasado, la última que recibí desde su estudio, explica que al final no pudo asistir al congreso de Bogotá donde en teoría nos íbamos a ver y me comenta con su habitual elegancia algo sobre un maquinazo tanguero que publiqué hace poco. Con una disculpa por mi demora, contesté su carta hasta ayer en la mañana. Ya no tuve respuesta. Unas dos o tres horas luego, a mi bandeja de entrada llegó una carta de Fabián Vique, amigo común de David y mío. Informaba que David había partido. Confirmé la noticia en La Gaceta de Tucumán y entonces tomé el teclado para escribir estas modestas líneas.
David nació en Córdoba, Argentina, en 1927. Siendo niño se trasladó con su madre a radicar a Tucumán, donde vivió la mayor parte de su vida. Publicó más de treinta libros de crítica literaria, poesía, narrativa y periodismo. Era Ph.D. por Georgetown University, en Washington. D.C., esto en Lingüística española, teórica y aplicada. Trabajó en universidades de su país (la UBA, entre otras), de Estados Unidos, Alemania y Brasil. Se retiró como docente de la Universidad Nacional de Tucumán, en donde le confirieron el título de maestro emérito. Pese a sus años, asistía con frecuencia y entusiasmo a congresos en América y Europa. Uno de los últimos fue el organizado por el Tecnológico de Monterrey en Monterrey, dedicado a la obra de Julio Cortázar (con mis ojos vi algunas dedicatorias de Cortázar a David, pues llegaron a tratarse como amigos). Poco a poco, luego de la consternación y el apuro por rendir este breve tributo a su amistad, iré organizando sus cartas, esas cartas que son evidencia de que las palabras, sea cual sea el medio por el que viajen, son el mejor cimiento de la amistad. Hoy que David ya no está, me quedan sus miles de renglones, sus consejos, su afecto de maestro y amigo.
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Nota del editor: tomé la foto que encabeza este post y el anterior en 2007, ambas en Tucumán.