domingo, julio 18, 2010

Lezama en su centenario



Los dos escritores más extraños que ha producido América Latina nacieron, uno, en 1899, otro, en 1910. Sus patrias fueron Argentina y Cuba, y sus nombres son todavía Jorge Luis Borges y José Lezama Lima. Ambos, más que escritores, son dos inagotables literaturas. La primera representa el clasicismo, el equilibrio, la justa sobriedad; la segunda, el exceso, la exuberancia, el barroquismo más allá de toda contención. Ambos destacaron por dos rasgos: una erudición sin coto y una imaginación que los llevó a crear obras hoy consideradas emblemáticas del siglo XX latinoamericano. Borges, por su estilo más límpido, goza de infinitos lectores, tantos como los que jamás imaginó. Lezama, en cambio, tiene pocos, y uno de ellos es el lagunero Gabriel Castillo, autor del libro Más allá de Paradiso.
A Borges, creo, le convino la tendencia mundial hacia una escritura despojada de ropajes, a la flaubertiana mote juste que hoy apetece hasta el periodismo. En contrapartida, la tendencia hacia el barroquismo no goza en este momento de los mejores escaparates. Pese a ello, la obra de Lezama Lima, debo decir la deslumbrante obra de Lezama Lima, ha podido sobrevivir porque toca un registro imprescindible de nuestras realidades: el barroco. En efecto, la realidad de Nuestra América es esencialmente barroca. Lo fueron estas tierras antes de la llegada de los conquistadores, y lo fue más cuando al barroquismo de los aztecas y de los mayas y de los incas se unió el barroquismo en curso de la cultura europea. El resultado, un mundo complejo, enriquecido de objetos que en tropel ingresan a la sensibilidad y a veces se tornan inextricables, indigestos.
Para hacerle plenamente la digestión a la realidad que nos tocó se necesita un gran estómago, el mismo que tuvo, con metáfora y sin ella, José Lezama Lima, cuyo centenario de nacimiento conmemoramos este año. Lezama fue un voraz abarcador de cuanto tuvo frente a su vista. Sólo dos veces salió de la isla, pero se definía como el “viajero inmóvil”, un estático vagabundo de los libros y los pensamientos que luego, con la peculiar alquimia que él inventó, trasmutaba en imágenes de un espesor poético inverosímil.
Como se trata de un barroco entre los barrocos, sobre todo en la poesía y no menos en el ensayo, muchos lectores reculan ante su obra. No es la suya, para hablar honestamente, una literatura que se deje examinar con distracción. Para ingresar al universo de Lezama es necesaria mucha paciencia y un cierto espíritu de buscador de diamantes. Yo he intentado con poca fortuna descifrar su poesía, siempre me quedo en el puro goce de lo auditivo y lo visual, sin penetrar hasta el agua y la pulpa del coco. Se necesita un poco de paciencia y, si es posible, alguna introducción a Lezama Lima como la que el profesor Castillo Domínguez armó con lente de joyero.
Su libro Más allá de Paradiso aspira a convidarnos del atónito mundo lezamiano. Creo que la invitación es eficaz, y se basa sobre todo en su azorada sinceridad y en la recurrente mostración del talento que examina. De nuevo publicado por la UJED, este es el segundo libro del profesor Castillo Domínguez. El otro, Tomar la palabra, una colección de artículos, también tuve la suerte de presentarlo y ya desde allí el autor me dejó ver su inquietud por indagar qué hay detrás de las palabras y las cosas.
Compuesto por tres apartados o “aproximaciones”, Más allá de Paradiso indaga en las facetas más importantes en la vida de Lezama: la primera, su condición de huérfano temprano, su cercanía a la esfera de la influencia materna y sus primeras acercamientos al “eros cognoscente”, como él gustaba denominar, en su dialecto, al apetito insaciable por saber; la segunda aproximación nos acerca al Lezama en plenitud productiva, su labor editorial, el peso de la revista Orígenes, su contacto con la revolución; la tercera, al foco de su interés: la poesía. Estas tres instantáneas sobre Lezama dan una idea suficiente de su complejidad, de su encanto y de su vigencia.
Lezama Lima es uno de esos pocos autores a los que nunca se acerca nadie por moda. No es el autor de marquesina, el convocador de multitudes que por ello hace sonar sin freno las cajas registradoras. Lezama es un autor casi secreto, un ensayista, narrador y poeta, sobre todo poeta, al que solemos conocer primero con curiosidad, y luego, si su piquete de avispa da en el blanco, lo esculcamos porque en sus páginas no salimos de un deleite cuando ya entramos a otro.
Recuerdo que Benedetti, un escritor de estilo lejanísimo al de Lezama, comentó en un ensayito que alguna vez escuchó al autor de Paradiso en La Habana. El uruguayo dijo luego que no entendió gran cosa de lo que Lezama expuso aquella vez, que tenía un montón de dudas sobre el contenido de la conferencia, pero que de todos modos quedó alelado ante el poderío verbal, matafórico, del cubano que construía frases como quien crea lingotes.
Eso se puede apreciar en todos los rincones de la obra lezamiana, como lo muestra y lo demuestra el estudio de Gabriel Castillo. Sin embargo, soy de la idea de que con el habanero hay que proceder más o menos por esta ruta: novelas, ensayos y, al final, si es que llegamos al final sin ser noqueados, poesía. Hay otro apartado, el de la correspondencia y las entrevistas, no muchas, por cierto, que dejó Lezama (tengo el diálogo postal que mantuvo con José Rodríguez Feo, su amigo y compinche de Orígenes —la cita el profesor Rodríguez— y allí está el centauro Lezama en acción cotidiana, respondiendo cartas como quien engarza piedras en el collar). Así, Más allá de Paradiso es un regalo, un valioso regalo que quiere significar el hecho de que allí, en esa novela monstruo puesta hoy más acá de nuestras emociones, está la almendra de un escritor clave de nuestra América. Este libro es ya, por ello, el mejor homenaje que ha podido recibir en La Laguna un escritor que sobrevivirá a la prisa del reloj y del olvido.
Texto leído en la presentación de Más allá de Paradiso celebrada el 10 de junio de 2010 en el Museo Regional de La Laguna; esta actividad fue organizada por la Dirección Municipal de Cultura de Torreón y el mismo Museo Regional. Presentamos el libro Gerardo Monroy, el autor y yo.