domingo, julio 04, 2010

En busca del tiempo querido



Me gusta el futbol como a otros les gusta la cocina, la filatelia, los atardeceres o las hazañas de Carlo Magno. No creo que haya nada ilegítimo en ese gusto. Además, disfrutarlo no es incompatible con otras actividades. Antes bien, me parece un excelente complemento de las que habitualmente abrazo por necesidad y vocación. Quiero decir que el futbol —verlo en televisión, en el estadio y hasta hace poco, antes de que mi rodilla derecha se jubilara, jugarlo— es un aderezo importante de mi vida, un apéndice acaso frívolo pero que me mantiene en contacto con la única etapa de mi vida en la que fui feliz casi sin fisuras: la adolescencia. Gracias al futbol, pues, regreso a los años en los que bajo el achicharrante sol lagunero troté canchas de tierra, de pavimento y muy pocas de césped.
Sé, como lo charlé ayer con Gerardo Moscoso, que al costado del futbol hay un negocio y mafias aberrantes, pero no soy de los que, digamos, se clavan y lo dejan todo por el embrujo alienante de este deporte. O sea, me gusta el futbol en sí y aborrezco muchos de los tejemanejes del profesionalismo actual que tan poco margen da a la nobleza del deporte y en cambio lo ha convertido, como le ocurre a casi cualquier otra actividad, en un negociazo atravesado por los intereses de una voraz minoría empresarial.
Aunque estoy a años luz de Albert Camus, yo también le debo mucho al futbol. Lo he dicho en más de una ocasión: gracias al fut pude ejercer la libertad del juego al aire libre sin invertir casi nada, exactamente igual que millones de niños en el mundo. Tuve la desgracia, o no sé si la suerte, de que cerca de la casa donde nací no hubiera campos de golf ni de polo; tampoco piscinas ni canchas de tenis. Como mis amigos de la infancia, la única opción que se nos abría para el ejercicio a cielo abierto estaba en los deportes callejeros, principalmente en el futbol que no requiere más que una palota para convocar a toda una legión de mocosos. Ya practicado, ya irremediablemente practicado, el futbol suele no abandonar nunca a sus víctimas. Su virus es terco y longevo, por ello todavía, como lo dije hace una semana, hago tiros libres y gambetas en la mente y veo partidos con el ánimo dispuesto a disfrutar sin aspavientos de fanático. No voy más allá, es decir, no me clavo en estadísticas y todo eso que es terreno de especialistas, pero jamás le diré no a un buen partido, a la repetición de un gol decisivo, al sombrerito y al túnel y a la bicicleta que son parte de la estética futbolera. Así pues, como estos tiempos de mundial convocan a los mejores con todo y la mierda aledaña de la comercialización y el manipuleo, para los aficionados de larga data es una fiesta ver, por ejemplo, el furioso dramatismo de un partidazo como el Ghana-Uruguay, choque de tan elevada calidad que por sí solo vale todo un torneo.
Por mi gusto y por la coyuntura he emprendido, como ya lo notaron algunos, un proyecto sobre el cual no quise hacer promesas por temor a no cumplirlas. Me hice a la íntima idea de escribir, igual que en 2006, varios relatos con tema futbolero; ya van algunos diez o doce en las tres semanas que llevamos de mundial y pienso añadir otros en la que falta. Luego los puliré con el fin de organizar otro librito, tal vez algo un poco más grande que Polvo somos, pero no sé. La razón que me mueve es aprovechar mi vivencia futbolera vinculada a numerosas experiencias de otro tipo. No digo experiencias vividas, sino imaginadas, pues creo que el futbol es un tema estimulante para mí, un juego que motiva otros juegos, en este caso literarios.
Creo a propósito, como Camus, a quien por eso mencioné hace algunos renglones, que gracias al futbol —ese futbol rústico y desinteresado que alguna vez ejercí— tengo una noción más afinada sobre la amistad, la solidaridad, el compromiso, el tesón y otros valores generalmente apreciados como buenos. No exagero. Por eso mismo creo entender las palabras del escritor francés que en “Lo que le debo al futbol” nos hace ver esta verdad: la convivencia y el juego pueden marcar sobre el hombre un influjo que sólo concluye con la muerte. Aquí están las palabras de un hombre confiable, el Premio Nobel de literatura 1957, ni más ni menos; son un centro a la olla que trato de aprovechar como quien intenta un cabezazo de palomita:
“Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. (…) Estaba encantado, lo importante para mí era jugar. Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de práctica, y del jueves al domingo, día del partido. Así fue como me uní a los universitarios. Y allí estaba yo, golero del equipo juvenil. Sí, todo parecía muy fácil. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años, que abarcaría cada estadio de la provincia, y que nunca tendría fin. (…) Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol, lo que aprendí con el RUA, no puede morir. Preservémoslo. Preservemos esta gran y digna imagen de nuestra juventud. También estará vigilándolos a ustedes”.
Sé que nadie está obligado a creer en el fervor de nadie ni aunque cuente con el premiado socorro de Camus. No soy, pues, un fundamentalista del fut, alguien que desdeña a sus semejantes en función de creencias o pasatiempos. Tengo amigos que poco o nada saben de esto, y de todos modos los aprecio y puedo conversar con ellos. Pero cuando da la casualidad de que tenemos esa afinidad, cuando mi interlocutor también trotó llanos y recuerda nombres gloriosos y jugadas no menos memorables, el futbol abre un espacio que de golpe me (o nos, quizá) introduce a la máquina del tiempo donde rehabito la adolescencia, esa edad de oro cada vez más lejana e idealizada. Sin pretenderlo, con el futbol tal vez estoy, parafraseando a otro francés también ilustre, en busca del tiempo querido.

Charla sobre futbol y literatura
El próximo miércoles 7 de julio ofreceré una charla sobre futbol y literatura en el Museo de la Revolución ubicado en Lerdo de Tejada 1029, en Torreón. El título de la exposición es “La letra con goles entra”. Organiza el Icocult Laguna en coordinación con el Museo de la Revolución. Haré comentarios y leeré algunos relatos. La entrada es libre. Es a las ocho de la noche.