sábado, enero 30, 2010

Otra lágrima por Gómez



¿Por qué las obras públicas demoran tanto en Gómez Palacio? Lo lamento por mi ciudad, pues noto que además de incómodo y antiestético es triste pasar por ciertos rumbos y ver que una obra civil tarda no días, sino meses y en ocasiones hasta años para ser concluida y servir plenamente a la ciudadanía. No entiendo. Dicen que es un asunto de presupuestos, de partidas que no llegan y todo eso. Podrán afirmar lo que sea, absolutamente lo que sea, pero nada palia las molestias de la gente que debe ser servida con pasión por el avance, dicho esto para parafrasear los demagógicos lemas de Octaviano y Rebollo en dos administraciones recientes que dejaron a Gómez Palacio en el mismo subdesarrollo infraestructural.
Ejemplo soberano del caracoláceo (porque avanza con suma lentitud) ritmo con el que las autoridades trabajan en Gómez es la construcción del puente ubicado en el bulevar Miguel Alemán sobre la vía del tren. El puente ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo sin que quede como mandan los cánones de la urbanística: terminado y al servicio seguro de quien sea. Como está a media cocción, durante meses que ya pintan para el año tal cruce se ha convertido en un miniDVR lleno de conflictos viales y fealdad, siempre con tránsitos que nomás están al hacha para ver a quién le tiran el dientazo.
La intención de este comentario no es, sin embargo, detallar la falta de respeto que la autoridad perpetra contra la ciudadanía mediante el puente en coma del Alemán. Hay otra obra de suyo espeluznante: la calzada Lázaro Cárdenas en el tramo que va del bulevar González de la Vega a la calle Tamazula, en la zona industrial gomezpalatina. Lo grave no es que esa ruta parezca sacudida por un terremoto, sino la notable lentitud con la que avanzan las obras de repavimentación. Meses han pasado y el escenario es desastroso, una vergüenza y un peligro. Polvo, piedras, hoyos, cráteres, abismos, muros de bloqueo sin luz nocturna, señalamientos puestos con las pezuñas, aquello da la impresión de haber sido creado para fastidiar espacios y molestar a la ciudadanía. De sólo imaginar a la pobre gente (pobre gente aunque tenga puesto gerencial) que por necesidad transita o trabaja en ese rumbo se me retuercen las tripas y siento lástima por su condición: son ciudadanos ninguneados, ciudadanos que no merecen una calzada firme, ágil, bien señalada, con buen alumbrado público y demás. En lugar de eso, cientos de trabajadores deben encarar todos los días, durante meses, la grosería del desastre y el problema de las desviaciones que, dicho sea de paso, conducen a zonas casi idénticas, también maltrechas.
¿Qué las autoridades nunca van a esos sitios? ¿Qué no usan las calles? ¿Qué no respiran ese polvo y los efluvios de las alcantarillas a cielo abierto? Tengo la impresión de que late aquí una especie de cinismo torpemente maquillado con propaganda barata y/o pretextos consistentes en la vieja táctica de pasar la bolita: si la riega el gobierno municipal, le avienta el lío al estatal; si es el estatal, lo transfiere al federal; si es el federal, inculpa al estatal y al municipal, y en ese juego de pretextos y acusaciones aniñados el único que pierde es el ciudadano.
Quería mencionar aquí al gobernador Hernández Deras y al alcalde Calderón Cigarroa, pero mejor no. Qué caso tiene.