miércoles, diciembre 16, 2009

Caballo blanco Berlusconi



El trancazo a Berlusconi es ya el video de la semana. Ver al magnate así, convertido en el caballo blanco de José Alfredo tras aquel sopapo exacto, ha dado pábulo a todo tipo de opiniones sobre la seguridad de los mandamases. Por supuesto, algo falló en el cerco de escoltas que acompañaba al empresario y político italiano, quien se ve vulnerable en las imágenes del tumulto donde recibió el inmortal bofetón. Nos simpaticen o no, los líderes de los países deben ser custodiados con escrúpulo, pues nunca han faltado ni faltarán los Leones Torales dispuestos a dar sus vidas a cambio de un magnicidio o algo semejante. Eso ha sido siempre: el poder crea enemigos y los enemigos pueden sentir un resentimiento tal que los haga llegar, a muchos, a pocos o a uno solo, hasta el atentado.
Impresiona ciertamente que Berlusconi camine en medio de una muchedumbre. En el país de la mafia, en el peligroso reino de la camorra, que un político así de lenguaraz y antipático se mueva tan cerca de la gente no deja de asombrar, pues en esas condiciones no hay guaruras con la capacidad de garantizar seguridad a nadie. Si un poderoso nefasto como Berlusconi acepta los tumultos, tarde o temprano lo sorprenderá el chahuistle. En este caso le fue bien, pues sólo se trató un golpe que le aflojó piezas dentales y le dejó la boca como a los bebés cuando comen sandía frente al beneplácito de sus risueños padres. Es verdad que la imagen avergüenza, pues mal se ve cualquier sujeto, y más alguien encumbrado y ampuloso como el signore Berlusconi, con los labios y las encías recién pintados de mole.
Ignoro qué usos y costumbres tienen los políticos italianos (y europeos en general) en relación al contacto con las masas, pero por lo visto en el putamadrazo a Berlusconi allá todavía hay cierta cercanía entre la figura pública y la gente. Tal vez eso vaya a cambiar luego del desaguisado. La seguridad, si eso ocurre, terminará por aislarlo en una burbuja de protección impermeable a cualquier agresión, como pasa con tantos mandatarios que al llegar al poder dejan de tener contacto con la gente y sólo ven muestras artificiales de apoyo popular. En ese contexto, el dirigente pierde un poco de sensibilidad, pues deja de sentir las muestras reales de aprecio y antipatía. Recuerdo a propósito un chiste. Un presidente desea saber qué piensa la gente sobre él, pero sin que los comentarios sean viciados por consejeros y colaboradores lambiscones. Decide entonces tomar unas vacaciones en su rancho y aislarse del mundo por unos días. Toma su caballo y en un zurrón lleva una barba postiza, un sombrero y unos lentes. Atraviesa un bosque, rodea una montaña y allí donde ve una cabaña se detiene. De inmediato se coloca la barba, el sombrero y los lentes, con lo que queda irreconocible; toca la puerta de la cabaña y lo atiende un viejecillo humilde, quien pregunta qué se ofrece. El presidente disfrazado, fingiendo la voz, le pide un poco de agua. El viejo se la da. Hacen un poco de plática circunstancial. Luego el presidente, sin que se note mucho lo forzado del asunto, le pregunta al viejo qué opina del presidente. El anciano le pide entonces que lo acompañe. Pasan por una salita, después por una habitación, luego llegan a una especie de almacén, bajan a un sótano y allí le responde quedo y al oído: “Me cae muy bien”.
Para saber, pues, qué opina la gente, el mandón debe bucear más allá de las encuestas. Lamentablemente no es tan fácil, pues el odio acecha en todos lados y puede manifestarse como lo hizo con Berlusconi. En el caso mexicano es obvio que Calderón dejó hace varios años de sentir en corto lo que gran parte de la ciudadanía piensa sobre él. El blindaje, que era enorme en sexenios anteriores, creció tanto en lo que va de este gobierno que no hay acto público oficial en el que los filtros no den molestias enormes, como pasó con la inauguración del nuevo estadio de futbol en Torreón. Finalmente no asombra que políticos sin punch, llegados al poder con malas artes deban protegerse así, ya que si no lo hacen estarían tentando demasiado al chamuco de los atentados. Lo que asombra en todo caso es lo del premier Berlusconi: un encumbrado sinvergüenza, petulante y boquiflojo que se atreve a caminar entre el tumulto, eso es lo verdaderamente raro.