miércoles, agosto 26, 2009

Surrealismo caciquil



Hay postales que quedan para siempre. Una de ellas la vimos el lunes durante la ceremonia en la que Calderón, Lujambio y Elba Esther dan el banderazo a cuadros al nuevo ciclo escolar en el que participan chorrocientos mil estudiantes mexicanos. En su turno al micrófono, ya lo sabemos, la cacica del SNTE se aventó unas perlas que amenazan con destronar a Fox del banquillo de los polacos con orejas de burro. La referida a la “influencia AHLNL” opacó, de hecho, a otra también genial, ésa en la que la peculiar Doña señaló que no debemos caer en la “autoplacencia”. En la misma ceremonia, el titular de la SEP, Alonso Lujambio, tuvo la osadía de preguntar al público acarreado, en este caso estudiantes de nivel medio, si estaba listo para regresar a clases. La respuesta de los jóvenes fue unánime y mostró el grado de compromiso que los estudiantes tienen hoy con la educación y la patria: “¡Noooooooo!”, gritaron los chavos. Y tienen razón, pues cómo desear el regreso a clases si la principal cabeza de los maestros, una persona a la que debemos suponer educada y sensible, no puede leer unos párrafos sin incurrir en dislates dignos del Chavo del Ocho frente al profesor Jirafales. Calderón, por su parte, nos regaló con unos sentidos elogios a la erradicación de las corruptelas en el sistema de asignación de plazas magisteriales. En fin, fue un rollo delirante, sólo ubicable en la estética jodorowskiana.
Pero la postal, como digo, que me queda para siempre es la de Calderón obligado a aplaudir el discurso de la maistra Gordillo. En esos pequeños gestos se ve el tamaño de las complicidades, como cuando el michoacano ha tenido que codearse y salir en fotos con Mario Marín, el héroe de la película, papá, según la definición de Kamel Nacif, el rey de la mezclilla que regala bellísimas botellas de coñac. A Calderón no le ha quedado otra que apechugar con esos personajes que lejos de traer algún mínimo prestigio, acaban por confirmar nefastas alianzas entre los poderes torcidos de México.
Cuando, pues, los jóvenes respondieron con un largo nooooo a Lujambio hicieron ver, tan espontánea como irreflexivamente, el tamaño de su escepticismo frente a la educación. ¿Para qué volver a las aulas si las vacaciones están bien chidas? ¿Para qué hacerlo, además, si los liderazgos (así dicen ahora, “los liderazgos”, algo que antes se decía sencillamente “los líderes”) no dan trazas de haber estudiado y sin embargo allí están, en la cúspide del poder, leyendo tarjetas a pujidos, plagando de errores la comunicación de datos e ideas que cualquiera que vea la tele sabría pronunciar con precisión. Los yerros de la profesora Gordillo son entonces más que pequeños tropiezos, pues apuntan a describir en qué manos se encuentra la educación nacional. No es poco grave, una mera anécdota, que la jefa de jefas de un gremio esencial para el desarrollo del país tenga tan poca competencia en algo que es, digamos, los suyo. En vez de dictar cátedra, en lugar de leer con toda la mano y liderar con el ejemplo, exhibe ante todo México sus infinitas limitaciones profesionales. Lo hace con estrépito y en todos los medios reproducen sus sandeces (salvo López Dóriga, así que debemos esperar si lo hace en “Las mangas del chaleco”), pero la señora sigue allí, atornillada a una comisión sindical en la que se ha dedicado a la política de cañería, no a ver por la infinitamente cacareada calidad de la educación.
Por ello, cuando el muy retórico Calderón nos arrojó su pieza oratoria del lunes, aquella en la que observó que ahora los puestos de maestro ni se compran, ni se regalan, ni se transan ni se etcétera, muchos pensamos que era suficiente echar una mirada al fresidium: allí estaba la maestra Gordillo, escuchándolo, demostrando con su pura presencia que ni un pelo se le ha tocado a la gangsteridad del sindicato. Y todavía quieren que los estudiantes digan sííííííí. No están locos.