jueves, agosto 13, 2009

Narcoletras mexicanas en España



La edición más reciente de Babelia, suplemento cultural de El País, periódico de España, contiene cuatro platillos sobre narcoliteratura mexicana, aunque uno trata sobre La reina del sur, el ya no tan reciente libro del cartagenero Arturo Pérez-Reverte. Son “Contar la violencia”, de Lolita Bosch; “Dueños de la calle”, de Élmer Mendoza; “Novela de sangre y polvo”, de Sergio González Rodríguez y “Un mundo imposible”, sobre la mencionada novela de Pérez-Reverte. Estos artículos no pueden ni pretenden, por supuesto, agotar el tema, pero llama mi atención que despierten el interés de lectores tan alejados al fenómeno del narco al estilacho mexicano.
Sé que todo está globalizado, que en la actualidad el mal y el bien (sobre todo el primero) tienen imbricaciones mundiales y que ahora sí todos somos contemporáneos de todos al menos, como insinúo, en el reparto de las desgracias, pero de eso a que lectores como los españoles inviertan tiempo y comprendan libros que se refieren a cuernos de chivo, música de banda y decapitados, me parece que hay una distancia. ¿Hasta dónde es literariamente comunicable el inframundo del narco? ¿No hay en todas las novelas sobre el tema (aunque sea) un leve registro de humor negro para narrar las peripecias de esa realidad atroz? ¿Qué tanto puede un escritor ser fiel y serio al momento de ingresar al cosmos temático de la narcada? Me hago esas preguntas porque desde que el narco mexicano comenzó a ser literatura sentí que todo se iba a quedar en aproximación, que las entrañas de nuestra delincuencia jamás iban a ser descritas con precisión, pues no hay escritor que de lleno haya metido su pellejo en esa realidad, de ahí que en poca o mucha medida todo deba colgarse de la ficción, de la invención, del timbre irónico con el que suelen ser tratados los antihéroes simpaticones de cualquier literatura.
Hay, por supuesto, nobles y legítimos esfuerzos ya reconocidos y aplaudidos por los lectores y la crítica. Narradores mexicanos tenemos que, con buenas fuentes de información y con poderoso olfato, han metido sus narices en ollas retacadas de podredumbre moral. Uno de ellos, sin duda, es Élmer Mendoza, quien aporta a Babelia un texto breve pero no por ello menos interesante, sobre todo porque hace para los españoles un boceto de las finísimas personas que se han apoderado de la vida cotidiana en muchas ciudades del nuestro país. Mendoza, en “Dueños de la calle”, subraya para lectores distantes lo que es habitual por acá, principalmente en el norte: “Dueños de la calle. Las mujeres que los siguen son rubias, hermosas como flor que muta cada día. Las presumen como si hubieran leído a Enrique Serna: ‘Nadie puede decir que es hombre si no ha estado en brazos de una mujer bonita’. Se mueven en hummers, avionetas y autos de lujo. Sus botas exóticas, camisas de seda, joyas y lentes de marca, valen miles de dólares. La policía se les cuadra. Los buscan los políticos y algunos futuristas les muestran proyectos increíbles. Tienen su música y lo mejor: no sueñan. Ni despiertos. ¿Para qué? Lo tienen todo. Les gusta ostentar, que se sepa que llegaron o que están allí; que son los jefes, los que provocan las mejores sonrisas y los gestos aprobatorios más resueltos. Pagan la música y el trago, y escuchan solicitudes de ayuda. Hacen negocios en efectivo y son los dueños de la calle”. Un párrafo después: “Los demás, los numerosos pobres, la perrada, saben que sólo siguiendo su ejemplo cambiarán de estatus; saben que el trabajo asalariado sólo enriquece a los patrones y correrán el riesgo. Quieren pasear en camionetas del año, que las chicas los admiren y que la policía se haga la vista gorda. El billete verde es el que vale. También son los que morirán pero tampoco importa. Dejarán suficiente para que se construya una tumba grande con columnas, una cúpula de azulejos verdes o naranja y un espacio donde luzcan sus fotos y sus objetos más preciados. A través del cristal de la puerta todos sabrán quién fue. Le compondrán corridos y la familia contará sus hazañas”. Esos son los narcos nuestros de cada día, o casi.