miércoles, agosto 12, 2009

Enemigo incomparable



Sí, ya sé: para qué escribo sobre futbol. Lo hago poco, digo en mi defensa, sólo cuando de plano es inevitable, como hoy. Y es que, colonizado por este deporte desde la niñez, soy como muchos adultos: un caso perdido, me gusta el futbol. De reojo veo los goles y los resultados cada domingo, me clavo con el resumen de la jornada argentina y es inevitable: los juegos de la selección son mis favoritos. No todos, como cuando juega contra San Vicente o contra la poderosa selección de Haití. Tampoco los amistosos, por más que los presenten con envoltura de celofán. Me gustan, me atan, esos sí, los juegos como el de hoy, cuando está de por medio algo y cuando van contra un equipo como Estados Unidos, nuestro coco regional en muchos años.
Lejos están las épocas, y me da gusto, en las que México jugaba en la Concacaf como juega el gato maula contra el mísero ratón. Aquello era surrealista, increíble y gloriosamente bochornoso, pues cómo era posible que una selección como la nuestra se midiera contra países no más grandes que Gómez Palacio, sin ligas profesionales y sólo configuradas por atletas que en su tiempo libre, cuando no pateaban pelotas, eran taxistas y botones en hoteles de cinco estrellas. Me refiero sobre todo a esos seleccionados antillanos que al pisar la gramilla del Azteca se zurraban de pavor, pues el coloso de Santa Úrsula era para ellos algo así como La Scala de Milán para los integrantes de la Banda Cuisillos. No es lógico.
Por eso, el mito del seleccionado mexicano rey de la Concacaf sólo era eso, un mito hueco, la forma menos complicada de inflarnos el orgullo sin fundamento en la realidad. Todavía ahora, en la Copa de Oro, por ejemplo, México despachó rivales que podían ser vencidos por equipos de la liga ranchera, aunque vale decir que tras la abrupta renovación provocada por la llegada de Aguirre era más o menos similar el nivel de los mexicanos y el de sus contrincantes. Por eso, soy de los que sí disfruté la goleada que los nuestros recién infligieron a los gringos, aunque sin caer en falsas expectativas ni en patriotismos baratos ni siquiera íntimos.
En el contexto de la Concacaf, zona de suyo débil en el mapa del fut mundial, México mandaba sin oponentes de cuidado. Eso por lustros. Si acaso, Costa Rica y Honduras le daban de repente algunos sustos, pero todo era cuestión de que los verdes le pisaran un poco al acelerador para que las aguas volvieran a sus cauces habituales. Y cómo no, si en infraestructura, sueldos, publicidad y todo lo demás el futbol mexicano les llevaba y todavía les lleva una ventaja abismal tanto a los catrachos como a los ticos. Pero ellos, pese a sus limitaciones, han sabido hacer futbolistas nada chípiles ni apapachados, técnicamente bien dotados, riñonudos y con ganas de sobresalir. Pienso, como casos cercanos, en Hernán Medford o en Carlos Pavón Plummer, tico y catracho que alguna vez nos hicieron travesuras. Sus países siguen avanzando, o, si no, al menos conservan el decoroso nivel que han tenido desde hace algunas décadas. A ellos, como selección, se sumó el peligro de los gringos, quienes han crecido y asombrosamente han mantenido intacto su esquema de futbol desde hace quince años. En efecto, los seleccionados de EUA juegan igual desde hace tiempo: orden atrás, una media sacrificada y recuperadora y dos delanteros que dominan la descolgada como Joe Montana dominaba los pases de anotación. Además de eso, cojones, voluntad, espíritu de lucha. Con eso, sin romper el rígido patrón, nos han propinado algunas bailadas memorables, lo que ahora nos tiene ansiosos de regresarles la dosis. Veré el juego de hoy, pues, y quiero que gane México. No me apuraría si pierde, pero si sale airoso sentiré ese orgullito de niño al que siempre me he sentido con derecho, más ante el enemigo incomparable, los gringos. Al margen de la publicidad, del negocio, sin que me vaya nada en ello, quiero que los de Aguirre salgan adelante. Ya tengo listas mis cervezas.