sábado, mayo 16, 2009

La viejo y el relato del crimen



Su poder se nota en el repentino silencio de los medios. Ante el hecho escandalosamente inédito, y por tanto noticioso, de que un ex presidente sacara trapos sucios de otro ex presidente, muchos se desvivieron por desactivar la bomba con simple silencio o con tres estratagemas recurrentes: 1) ambos personajes tienen larga cola y, por ello, quedan inhabilitados para criticarse entre sí; 2) De la Madrid está mermado de sus facultades y todo lo que diga raya en el delirio senil; y 3) a los informativos mexicanos de mayor peso les importa más un crimen político en Guatemala —lo que con video o sin video ocurre a diario en todo el mundo— que los dichos de un mexicano poderoso que habla sobre otro aún más poderoso y puede dar tela para debatir sobre la caída de un sistema, sobre viejas y trucadas y multimillonarias privatizaciones, sobre cientos de muertes de perredistas durante un sexenio, sobre un magnicidio en Tijuana, sobre el asesinato en el DF de un líder del PRI, sobre un levantamiento armado en Chiapas, sobre tratos con el narcotráfico, sobre hermanos incómodos y sobre un montón de trastadas más. Pero no. Con una diligencia asombrosa se le dio vuelta a la hoja y como ley de Newton fue aceptado lo expuesto en una carta por el “ofendido”. Cuál dictamen médico, cuál necesidad de peritaje sobre la salud mental de De la Madrid: bastan unas palabras del Innombrable para dar por hecho que en la entrevista de Aristegui asistimos a las confesiones de un ruquito deschavetado.
Pero, oh maldita lógica, lo que todos oímos no anda tan descaminado de lo que en general es aceptado como cierto en nuestro país. Los que escuchamos a De la Madrid somos concientes de que ya no es un orador demosténico, sino un anciano de voz cascada, pero en ningún momento habló de elefantes rosas, de tinas de baño voladoras o de árboles con corbata, sino que afirmaba o negaba tranquilo y categórico a las preguntas de la periodista, además de enunciar frases cortas y lapidarias que lejos de parecer obtusas o alucinadas parecían salir de la más cruda lógica: “Cometió muchos errores serios; el peor, la corrupción”. ¿Hay en esas palabras un elefante rosa?
Las acusaciones permanentes acerca de la permanente intromisión de Salinas en la vida política actual torna importante, al menos desde el punto de vista informativo, lo que diga quien lo llevó a la presidencia. Es tan importante que si fuera un loco de todos modos valdría la pena oírlo, como hizo Emilio Renzi en el cuento más famoso de Ricardo Piglia, “La loca y el relato del crimen”; allí, una loca callejera ve un crimen de putas y padrotes. Cuando la escuchan en la policía, dice una sarta de estupideces, pero Renzi, periodista policial por accidente, conjetura lo que sigue: “En un delirio el loco repite, o mejor, está obligado a repetir ciertas estructuras verbales que son fijas, como un molde, ¿se da cuenta?, un molde que va llenando con palabras. Para analizar esa estructura hay 36 categorías verbales que se llaman operadores lógicos. Son como un mapa, usted los pone sobre lo que dicen y se da cuenta que el delirio está ordenado, que repite esas fórmulas. Lo que no entra en ese orden, lo que no se puede clasificar, lo que sobra, el desperdicio, es lo nuevo: es lo que el loco trata de decir a pesar de la compulsión repetitiva. Yo analicé con ese método el delirio de esa mujer. Si usted mira va a ver que ella repite una cantidad de fórmulas, pero hay una serie de frases, de palabras que no se pueden clasificar, que quedan fuera de esa estructura. Yo hice eso y separé esas palabras y ¿qué quedó? —dijo Renzi levantando la cara para mirar al viejo Luna—. ¿Sabe qué queda? Esta frase: El hombre gordo la esperaba en el zaguán y no me vio y le habló de dinero y brilló esa mano que la hizo morir. ¿Se da cuenta —remató Renzi, triunfal—. El asesino es el gordo Almada”. O sea, hasta un loco, si lo hay, sirve para esclarecer delitos.