miércoles, abril 01, 2009

Responsables y evasivos



Alejandro Pérez, el saltillense autor de Murania y buen amigo, me envía al mail un artículo de otro apreciado compañero de trajines, el historiador Carlos Manuel Valdés Dávila, a quien admiro y estimo y de quien ya he celebrado alguna vez sus notables libros. Saltillense también, Valdés Dávila se me aparece siempre en la memoria como humanista consumado: un hombre que ha llegado a la bondad por el camino de la inteligencia, de la preparación ardua en los terrenos del aula y la biblioteca. Es un hombre sabio y generoso, un dechado de erudición como hay pocos en Coahuila. No por nada es doctor en historia por la Universidad de Perpiñán, Francia, además de tener una tonelada más de títulos ganados a punta de talento y tenacidad.
Pues bien, Valdés Dávila expone en “La responsabilidad”, artículo que publicó en Vanguardia, una serie de ideas que deambula el derrotero muchas veces recorrido del compromiso que debe o no debe tener quien se dedica a escribir. Es un momento oportuno para replantearlo, pues el mapa del país se nos cae a pedazos de la pared y la crítica es, precisamente, un medio para intentar el enderezamiento de los rumbos o al menos advertir que el mapa del país se nos cae a pedazos de la pared. Soy de la idea de que hay muchos caminos, no uno, mediante los cuales puede comprometerse quien escribe. Los jóvenes suelen ser radicales, suicidas: prefieren un solo golpe de efecto a la labor pausada que, a la larga, les pueda dar alguna voz y credibilidad. Como se podrá advertir, pasé ya la edad en la que escribía textos que aspiraban —siempre fallidamente, vale decir aunque sea obvio— transformar al mundo y sólo cerraban puertas y agudizaban mi posición de aislamiento. Ahora, más reposada el alma, creo que la labor de quien escribe (escritor, académico, periodista) es mantener alerta las antenas y hablar, en la medida de las posibilidades de cada quien, por los que han sido excluidos de eso, de una voz. Es un tema largo y escabroso, pues depende de muchas especificidades, pero no creo que la escritura tenga derecho ahora, en nuestra realidad, a eludir, a refugiarse en la famosa torre de marfil, a callar.
Subrayo que hay muchas especificidades. Doy un caso: no falta que muy cercanos amigos me traigan temas candentes, espinosos, así sea del ámbito cultural. Me azuzan, acelerados: “Jaime, es necesario acabar con tal situación. Tú puedes escribir sobre eso”. Veo la legitimidad del problema, pero también veo mis fuerzas y la capacidad de respuesta contraria; luego evalúo: “Me piden opinar sobre tal hecho, y si lo hago tal vez ése sea mi último comentario, pues la situación puede ponerse dura”. Entonces declino, pues uno no es invulnerable (en lo físico, en lo económico, en lo intelectual) y escojo el camino de la prudencia: vale más conservar la presencia que dé cancha a una labor (como dicen ahora) propositiva y larga, a un exabrupto que sí, en efecto, parezca muy valeroso aunque a la larga termine por convertirse en nada. En otras palabras, quien escribe no es Supermán; quien escribe, quien escribe en serio, por lo general es un sujeto vinculado a los libros, a las aulas, al goce estético o cognoscitivo, un ser pacífico y sin grandes recursos de fortuna, un ser que por la casualidad de vivir en cierta geografía triste se ve en la imperiosa obligación de encarar una disyuntiva: u opina, o calla. Esa es la posición, digamos, extrema, pero podemos decir que, en medio, u opina con prudencia, con inteligencia, con sagacidad, con astucia, o calla por miedo o evasividad, cierto, aunque también por instinto de conservación, para no acelerar el proceso de aniquilamiento que algún poder quiera ejercer sobre él.
Carlos Manuel Valdés cierra su brillante comentario con estas palabras: “responsabilicémonos por cada uno de los vivos ahora, hoy mismo”. Lo que pide es pasar del rollo testimonial, meramente anecdótico, a la transformación de la realidad. Los caminos son muchos. Cada quien debe buscar el suyo.