jueves, abril 02, 2009

Nuevo libro vaquero



Carlos Velázquez (Torreón, 1978) ha publicado recién La Biblia Vaquera (FETA, 2008), su segundo libros de cuentos. Precedido por la buena fama que le dejó Cuco Sánchez Blues, el primero, Velázquez confirma con su nueva salida a plaza que es una de las voces más atendibles de la presente literatura lagunera. Y no exagero. Acostumbrados como estamos a mezclar al autor y su obra cuando los tenemos a la mano y lo tratamos, Velázquez es mucho más que el joven escritor con cierta inclinación a la desfachatez y al relajo que tan bien consuena con el espíritu de su generación. Detrás de eso que, me parece, poco importa, está el escritor firme, informado, atento a su entorno y más atento aún al ruido proveniente del exterior. Porque en él, como en muchos de sus contemporáneos, cohabita un tumulto de intereses que pasa prácticamente por todas las áreas: le importa la literatura como prioridad, pero no deja de meter las manos en todo lo que de alguna manera pueda ser incorporado luego al caldo artístico. Así, la obra de autores como Velázquez da la impresión de embarullarse en el todo social, de suerte que en un párrafo puede convivir la lucha libre con la pintura contemporánea, la tecnología con el bolero ranchero, el barrio bravo con la mismísima Biblia. Es una estética un tanto delirante, caótica, disparada a todos lados, congestionada de caló, neones y referencias a cualquier cosa que en el mundo haya o no haya.
La Biblia Vaquera continúa pues el camino abierto por Cuco Sánchez Blues. Esta confirmación no es una repetición o un trillar sobre el mismo surco, sino la persistencia de su autor en una tesitura que lo identifica ya como el (formalmente) más rebelde de los escritores laguneros. Así lo ha elegido él, y en esa elección hay una estética antiesteticista que rima bien con la disonancia del mundo actual. Por supuesto, como ocurre siempre, no es la de Velázquez una literatura para todo público. Desde que va siendo creada, la obra del escritor va discriminando lectores y va buscando a los suyos. La Biblia Vaquera no entona pues con el lector poco habituado a la pirueta verbal, al desgarriate narrativo, a la sobrexcitación por superabundancia de estímulos. El lector habituado a la prosa tersa y sin distorsión, a la estructura lógica del relato, al personaje tipo, asiste en La Biblia Vaquera al cataclismo del canon, al derrumbamiento y vejación de modelos bien peinados.
No se piense, sin embargo, que Velázquez procede sin concierto. Si concierto es, precisamente, no ceder ante los discursos del método que lo lleven a parecer mecánico. A diferencia de otros escritores, él da la impresión de sentirse a gusto en una especie de estado salvaje narrativo. Lo que a otros incomoda, a él le place; lo que a unos les calza bien, a él lo cansa. Por eso sus historias están fabricadas con la materia prima del vértigo y del humor. A cada paso, que es como decir a cada renglón, el lector asiste a una pirotecnia que encierra inteligencia y humor, caso de que no sean lo mismo. Todo lo que he dicho cuadra sobre todo con el cuento que le da título al libro, ganador por cierto del premio Magdalena Mondragón 2005 en el género de cuento. Los otros trabajan en un diapasón más conservador, con insistencia en la navegación por los predios de lo populachero, pero siempre con el guiño de un humor que se basa tanto en el juego de la palabra como en las situaciones encaradas por los personajes.
La Biblia Vaquera (un triunfo del corrido sobre la lógica) —tal es su subtítulo— está dividido en tres secciones, y cada una cuanta con dos historias: Ficción (“La Biblia Vaquera” y “Burritos de yelera”), No ficción (“Reissue del facsímil original de la contraportada de una remasterizada Country Bible” y “Ellos las prefieren gordas”) y Ni ficción ni no ficción (“La condición posnorteña” y “El díler de Juan Salazar”). Creo que es un gran libro, y hoy jueves lo presentaré junto al autor en el Teatro Nazas a las ocho pm. Allí nos vemos.