jueves, abril 09, 2009

Fujimori y otros gorilas



Durante años México se ha ufanado de ser líder en Latinoamérica. Lo es, claro, pues su economía es desde la conquista una de las más boyantes en la zona. El paso de las décadas no ha dejado de constatar ese hecho: la economía y la cultura de México son referente de latinoamericanidad (si se puede decir así) en el mundo. Hace poco, para acabar pronto, una amiga argentina me decía por messenger que estaba a punto de tomar un curso sobre cine mexicano. Le dije que seguramente iba a ver muchos melodramones, y me dijo que sí, que por esas películas somos famosos en toda América Latina. Tenemos, pues, fama en “Nuestra América”, como la llamaba Martí, pero nunca hemos dado buen ejemplo de castigo a los malos gobernantes. Nunca.
Ayer, con la buena nueva de los 25 años (parecen pocos, pero qué mas da si el Chinito ya tiene 70 de edad) a la sombra que le echaron a Fujimori, Perú nos da ejemplo de que allá sí pudieron engrilletar a un pez gordo de la delincuencia política. Como sabemos, su régimen duró de 1990 al 2000, y en esos diez años su mayor logro fue haber desarticulado a Sendero Luminoso. El pico de aquel hecho lo marcó la captura y el encarcelamiento de Abimael Guzmán, líder de los terrucos que azolaron al país andino en la década de los ochenta. La novela Abril rojo, de Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), narra la atmósfera de espanto que vivía Perú en aquellos años. Cierto, Fujimori acabó con los senderistas, pero en el camino dejó sembrados a muchos inocentes, diluyó el Congreso y, gracias sobre todo al pillazazo Vladimiro Montesinos (el José Córdoba Montoya del ingeniero Fujimori), la corrupción y la barbarie de Estado alcanzaron cotas poco antes vistas en un gobierno peruano, lo cual no es poco decir. Ayer, a casi veinte años de su asunción al poder, Fujimori fue condenado por diferentes delitos, lo que sin duda constituye un hito en la historia latinoamericana.
Los antecedentes más cercanos al fallo contra el ex presidente peruano los podemos hallar en la Argentina, donde gradualmente han sido juzgados y condenados varios de los militares que hicieron de las negrísimas suyas durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983). Para empezar, los tres golpistas iniciales (Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti) tuvieron que chupar barrote carcelario luego de los juicios y les sentencias que se les aplicaron tras el regreso de la democracia. Medicina similar le suministraron a Christian Von Wernich, quien durante el mencionado Proceso (eufemismo por dictadura) se desempeñó como capellán de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, y con tal investidura visitaba centros clandestinos de detención, tortura y ejecución. Aunque siempre ha negado los cargos que se le imputan, numerosos testimonios sirvieron para identificarlo como coequipero de los victimarios, de suerte que en octubre de 2007 fue condenado a reclusión perpetua. Más recientemente, en 2008, también en la Argentina (país que hasta la fecha tiene la vanguardia latinoamericana de castigo a gorilas), fue condenado a perpetuidad Antonio Domingo Bussi, quien atropelló todo lo atropellable en la provincia de Tucumán; igual sopa probó Luciano Benjamín Menéndez, quien hizo estragos en la ciudad de Córdoba.
En Chile, el megagorila Augusto Pinochet fue a hospedarse en el infierno sin haber pisado una cárcel (como preso, no como torturador), pero ya en sus años finales probó el sabor de la ignominia internacional y tras su muerte no han sido pocos los apuros padecidos por sus familiares para defenderse de la mala fama que les acarrea vivir atados al infame apellido.
La pregunta es, por todo, ¿y en México, cuándo? Da la impresión de que nunca, pues aquí las impunidades y los intereses en juego son tan grandes que nadie castiga nunca al poderoso. Quien lo dude, que mire a Echeverría.