viernes, febrero 13, 2009

La daga según Jorge Méndez



La daga, obra del recientemente fallecido Víctor Hugo Rascón Banda, será presentada hoy, mañana y pasado mañana en el Teatro Garibay. Ya hizo seis presentaciones y seguirá en cartelera durante todo este mes, así que hay poco tiempo para verla. El montaje corresponde a la Agrupación Teatral La División del Norte, que tiene como director a Jorge Méndez, de quien siempre he subrayado que es uno de los mejores maestros de arte dramático en La Laguna y uno de los pocos que ha sostenido una carrera amplia, congruente y apegada al trabajo escénico con una dramaturgia humana, demasiado humana.
Con pocos recursos y con actores cuyas trayectorias apenas amanecen, Méndez ha logrado meternos a la atmósfera de la carnicería que es el centro de esta obra escrita por Rascón Banda. La combinación de eficacia narrativa y economía de medios permite que los tres vértices temáticos de la obra queden al descubierto, desnudos ante el espectador. Me refiero al machismo (y su derivación hacia la homosexualidad), el alcoholismo y la violencia. Esos son, a mi juicio, los ejes de esta puesta dramática, ejes que se mezclan en un discurso hilvanado entre el humor populachero y la crudeza, entre la barbajanada hiriente y la risa. No es para menos, si pensamos que ese es uno de los rasgos distintivos de esos comercios populares en los que la compra-venta se ve siempre impregnada por el chismorreo y la maledicencia.
Román (Homero Guerrero), es el dueño de la carnicería; se trata de un tipo rústico, fortachón, dicharachero y conquistador, briago de tiempo completo y echón como pocos. Con él trabaja El Mudo (Édgar Eloy Delgadillo), joven cuya discapacidad lo aherroja en la cárcel de la ignorancia y al martirio de los insultos que perpetra contra él, sobre todo, su patrón Román. Al negocito llega Chela (Marisol Díaz de la Serna), chamaca que regentea una estética unisex y hace favores venéreos al carnicero. La dinámica vulgar y simple del lugar se ve alterada con la aparición de René (Sergio Escajeda), gimnasta olímpico mexicano, triunfador y amigo de andanzas juveniles de Román. La trama nos lleva al enredo de conversaciones entrecortadas, elípticas, de agresividad tosca y gratuita, rasgo que suelen tener las charlas en espacios donde el alcohol inunda almas primarias. Los contornos bisexuales insinuados al principio y luego materializados entre Román y René provocan un interés creciente y ponen sobre la mesa el gran tema de la hipocresía. Se trata, pues, de una historia en apariencia sencilla, simple en su pellejo, con la mayor parte de sus malicias colocadas como guiños entre los parlamentos. La daga-fetiche de Román es como un personaje más, símbolo fálico al que debemos poner atención, pues gravitará en el clímax de la obra.
El ritmo es uno de los varios aciertos de la dirección. Los actores han sido colocados con tino y la fuerza del trabajo actoral armoniza muy bien en el conjunto. Homero Guerrero hace un buen machín de barrio, da el tipo, aunque todavía acusa leves altibajos cuando su personaje lo obliga a tocar un registro más solemne. Édgar Eloy Delgadillo luce espléndido como El Mudo, pobrediablo convincente a fuerza de expresiones que no pasan de la seña y la muy mal atendida guturalidad. El mejor desempeño actoral lo hace, a mi ver, Marisol Díaz con su sexosa ligadora; ella es ya una actriz que promete. A Sergio Escajeda lo siento algo débil, como falto aún de trabajo con la voz, aunque tiene una presencia grata, apta en este momento para papeles de joven sensible. La daga convocó, entre otros, a Sergio Gómez (director asistente), Francisco Lira (quien hizo una excelente reproducción de “El buey desollado” de Rembrandt), Carlos de la Rosa (fotografía), Juan Antonio de Alba (apoyo logístico) Óscar Calderas (iluminación), Gilberto Ibarra (carpintería), Enrique Tavares (audio). La producción ejecutiva es del Teatro Nazas y la general es del Icocult Laguna.
Todo este conjunto ha conseguido una meritoria puesta en escena. Hay que verla y felicitar a Jorge Méndez, el director de teatro con el trabajo continuo más largo en la historia reciente del teatro lagunero.